Harlan Ellison. Visiones Peligrosas I.

mayo 9, 2022

Harlan Ellison, Visiones Peligrosas I
Orbis, 1983. 220 páginas.
Tit. or. Dangerous visions. Trad. Domingo Santos y Francisco Blanco.

Incluye los siguientes relatos:

El canto del crepúsculo (Evensong), por Lester del Rey.
Moscas (Flies), por Robert Silverberg.
El día siguiente a la llegada de los marcianos (The Day After the Day the Martians Came), por Frederik Pohl.
Jinetes del salario púrpura (Riders of the Purple Wage), por Philip José Farmer.
El sistema Malley (The Malley System), por Miriam Allen deFord.
Un juguete para Juliette (A Toy for Juliette), por Robert Bloch.
El merodeador de la ciudad al borde del mundo (The Prowler in the City at the Edge of the World), por Harlan Ellison.
La noche en que todo el tiempo escapó (The Night That All Time Broke Out), por Brian W. Aldiss.

Como dije hace poco aunque los años 50 son considerados la edad de oro de la ciencia ficción, yo prefiero con mucho las obras que surgieron de la denominada New wave, historias centradas no en los adelantos científicos sino en las consecuencias cotidianas o sociológicas de los mismos. Se puede decir que esta división sigue en pie hoy en día, igual que en la corriente general de la literatura se siguen escribiendo novelas con las estructuras del siglo XIX y otras que intentan ir más allá.

Dicho esto la antología no es, ni con mucho, lo mejor de esta nueva ola, ni siquiera lo mejor de sus autores y, por centrarme en el antólogo, su relato me pareció infumable. Pero hay relatos que están bastante bien e incluso una ida de olla inspirada por Joyce como Jinetes del salario púrpura.

Le tengo cariño porque la leí prácticamente cuando salió, y aunque no acabé de entenderla del todo sí que me abrió la mente bastante. Después, con la revista Nueva Dimensión, terminé de afinar el gusto.

Buena.

Un gruñido en el centro de la habitación lo hace volverse. El asno de tres patas, caballete de Baal, está rebuznando. En el caballete está el «lienzo», un cuenco oval poco profundo de plástico irradiado, especialmente tratado. El lienzo tiene dos metros de alto y cincuenta centímetros de profundidad. El cuadro representa una escena que debe estar terminada mañana.
Medio escultura medio dibujo, las figuras están en altorrelieve, redondeadas, unas más cerca del fondo del cuenco que otras. Brillan con la luz exterior y también gracias al plástico, luminoso por sí mismo, del lienzo. La luz parece penetrar en las figuras, mojarlas un poco, después desvanecerse. La luz es de un color rojo pálido, el rojo del alba, de la sangre aguada con lágrimas, de la ira, de la tinta en el capítulo «debe» del libro Mayor.
Este cuadro pertenece a su Serie del Perro: Dogmas de un perro, La batalla aérea del perro, Los días del perro. El perro del Sol, El perro invertido, El perro de los escombros, Criadillas de perro, El cazador de perros, El mastín yacente, El perro del ángulo recto e Improvisaciones sobre un perro.
Sócrates, Ben Johnson, Cellini, Swedenborg, Li Po y Hiawatha están de juerga en la Taberna de la Sirena. Por una ventana se ve a Dédalo en lo alto de las almenas de Cnoseus, metiéndole un cohete en el culo a su hijo Icaro para proporcionarle un despegue de propulsión a chorro para su famoso vuelo. En un rincón se agazapa Og, hijo del Fuego. Roe un hueso de tigre «dientes de sable» y dibuja bisontes y mamuts en el yeso enmohecido. La camarera, Atenea, se inclina sobre la mesa en la que sirve néctar y galletas a sus distinguidos clientes. Aristóteles, con cuernos de cabra, está tras ella. Le ha levantado la falda y la está topeteando por detrás. Las cenizas del cigarrillo que oscila entre sus labios, que sonríen tontamente, han caído en la falda, que empieza a humear. En la puerta de los servicios de caballeros un Batman borracho sucumbe a un deseo largo tiempo reprimido e intenta violar a Robín. Por otra ventana se ve un lago sobre cuya superficie camina un hombre, con un halo verde deslucido flotando sobre su cabeza. Tras él, un periscopio sale del agua.
Prensil, el pene se enrolla alrededor del pincel y comienza a pintar. El pincel es un pequeño cilindro, conectado por uno de sus extremos a una manguera que va a una máquina con forma de cúpula. Por el otro extremo del cilindro asoma la embocadura de la manguera. Su apertura puede ser regulada girando un botón en el cilindro. Varios botones adicionales controlan el espesor de salida desde fina aspersión a grueso chorro, así como el color y el matiz.
Furiosamente, proboscídeo, dibuja otra figura capa a capa. Luego capta un mustio olor a moho, deja el pincel y se desliza, atravesando la puerta y siguiendo la curvatura de la pared de la habitación ovalada, describiendo la ondulación de las criaturas sin patas: un garabato en la arena que todos pueden leer pero pocos comprenden. La sangre late al mismo ritmo que los molinos de In y Sub para alimentar y emborrachar al reptil de sangre caliente. Pero las paredes, detectando la masa intrusa y el deseo de eyección, brillan.
Él gime, y la cobra glandular se levanta y se agita por la emoción de su deseo de ocultación. ¡Que no haya luz! La noche debe ser su embozo. Se apresura al pasar junto al dormitorio materno, más cerca de la salida. ¡Ah! Suspira suavemente con alivio, pero el aire silba por la boca apretada y vertical, anunciando la salida del rápido a Desideratum.

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