Lumen, 1999. 165 páginas.
Tit. Or. Sei una bestia, Viskovitz. Trad. Alejandro Pérez Viza.
Una auténtica sorpresa. Un libro de relatos que siempre tiene como protagonista a Viskovitz, encarnado en diferentes animales, buscando siempre el amor de Ljuba. Hay relatos verdaderamente magnÃficos. El lenguaje, plagado de términos biológicos, excelente.
Es extraño que un auténtico desconocido publique un libro tan redondo y se acabó. También que no sea más conocido, porque es una verdadera delicia.
Corran a leerlo.
Estás perdiendo la cabeza, Viskovitz
–¿Cómo era papá? –le pregunté a mi madre.
–Crujiente, un poco salado, rico en fibra.
–Quiero decir antes de comértelo.
–Era un mequetrefe inseguro, angustiado, neurótico, un poco como todos vosotros, los machitos, Visko.
Me sentÃa más cercano que nunca a aquel genitor al que no habÃa llegado a conocer, que se habÃa descompuesto en el estómago de mamá mientras yo era concebido. De quien no habÃa recibido calor, sino calorÃas. Gracias, papá, pensé. Sé lo que significa, para una mantis macho, sacrificarse por la familia.
Me detuve un instante, en grave recogimiento, ante su tumba, es decir, ante mi madre, y entoné un miserere.
Al poco rato, como pensar en la muerte nunca dejaba de provocarme una erección, consideré llegado el momento de reunirme con Ljuba, el insecto al que amaba. La habÃa conocido más o menos un mes antes, en el matrimonio de mi hermana, que por otra parte era también el funeral de mi cuñado, y habÃa quedado prisionero de su cruel belleza. No habÃamos dejado de vernos desde entonces. ¿Cómo habÃa sido posible? Dios me habÃa bendecido con el don más apreciado por nosotros, los mantis: la eyaculación precoz, condición indispensable de cualquier historia de amor que aspire a no ser efÃmera. La primera semana habÃa perdido sólo un par de patas, las raptatorias, la segunda el prototórax con sus anexos para el vuelo, la tercera…
–¡No lo hagas, Visko, por amor de Dios! –empezaron a gritarme mis amigos Zucotic, Petrovic y López, encaramados en las ramas más altas.
Para ellos la hembra era el demonio, la misoginia una misión. Desde la metamorfosis sufrÃan algún tipo de desviación o disfunción sexual, habÃan adoptado los votos del sacerdocio y se pasaban todo el santo dÃa mascando pétalos y recitando salmos. Eran muy religiosos.
Pero no habÃa oración que pudiese detenerme, no ahora, que oÃa el gélido suspiro de mi amada, el sombrÃo rumor de sus membranas, su fúnebre y burlona sonrisa. Me movà frenéticamente en dirección a aquellos sonidos, con la única pata que me quedaba, apoyándome en mi erección, esforzándome por llegar a visualizar la gloria de sus formas, ahora que no podÃa verlas porque ya no tenÃa ocelos, ahora que no podÃa olerÃas porque ya no tenÃa antenas, ahora que no podÃa besarlas porque ya no tenÃa palpos.
Por ella habÃa perdido ya la cabeza.
No hay comentarios