José Sanchis Sinisterra. El lector por horas. Ay Carmela.

marzo 21, 2017

José Sanchis Sinisterra, El lector por horas Ay Carmela
Austral, 2000, 2007. 268 páginas.

Lo tomé en préstamo para leer El lector por horas cuyo estreno -creo recordar que en el TNC- pasé por alto. Una obra excelente, deudora de Pinter, tres personajes que juegan extraños juegos de poder a través de las lecturas. Una historia que el espectador tiene que reconstruir.

He vuelto a leer también Ay, Carmela, que ya tiene casi 30 años (lo que da fe de lo viejo que es uno, que la vio en su momento), de la que no hace falta decir nada porque ya está todo dicho. Además de la historia me sigue gustando el aire metateatral y los juegos de puesta en escena.

Para acabar me he leído el prólogo, que en estas ediciones dedicadas a estudiantes de bachillerato es el orden correcto de lectura si no quieres que te cuenten el final. Así mismo hay que ignorar las notas a pie de página, que habitualmente suelen estorbar.

Paulino.—Era un señor, sí… Y un poetazo. Yo me sé una poesía suya muy fuerte. Es aquella que empieza:
Y yo me la llevé al río, creyendo que era mozuela, pero tenía marido…14.
Carmela.—Sí, yo también la conozco… Del «Romancero flamenco», ¿verdad?
Paulino.—No, flamenco, no: gitano. El Romancero gitano.
Carmela.—Eso. Muy bonita, sí… Pues allí estaba él, ya te digo, mirando el suelo, muy serio, y yo voy y le digo…
Paulino.—¿Había hormigas?
Carmela.—¿Dónde?
Paulino.—En el suelo, allí donde él miraba…
Carmela.—¿Y yo qué sé? Para fijarme en eso estaba yo…
Paulino.—Sí, claro… Lo decía por… Pero sigue, sigue…
Carmela.—Conque le digo: «Usted no es de por aquí, ¿verdad?»… Porque yo le notaba un no sé qué… Y él va y me contesta: «Pues usted tampoco, paisana». Y ahí nos tienes a los dos, hablando de Granada… Y resulta que conocía a la Ca-rucas, una prima hermana de la hija del primer marido de mi abuela Mamanina, que había estado sirviendo en su casa…
Paulino.—Ya ves tú, qué pequeño es el mundo…
Carmela.—Eso mismo le dije yo, y él me contestó: «Muy pequeño, Carmela, muy pequeño… Pero ya crecerá».


EL ACTO DE LEER
Es obvio: todo escritor ha sido primero lector apasionado. El hechizo, la fascinación por la escritura, proceden de la adic-ción a la lectura. Es, diría, su consecuencia natural. O sobrenatural. Llega un día en que no te conformas con navegar a través de los mares de palabras que otros han urdido, y te ves abocado a diseñar tus propias travesías, a inventar horizontes de papel y grafito.
En mi caso fue así. Y lo ha seguido siendo. La lectura no sólo ha nutrido siempre mi escritura, suplantando a menudo esa otra fuente que llamamos «vida», sino que ha acompañado, precedido y seguido todos mis pasos por la tierra, con sus paradas, tropezones y caídas. Tengo una deuda enorme con la literatura. Es, ha sido y será mi verdadera patria. No reconozco otra.
En El lector por horas he querido pagar parte de esa deuda. Lo necesitaba. Desde esta región errática en que vivo —el teatro—, he intentado asomarme al continente misterioso de los libros, de la ficción literaria, de la novela, en suma. De ese perenne flujo de palabras que nos hace vivir lo que otros vivieron o soñaron.

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