Alberto Royo. Contra la nueva educación.

abril 26, 2021

Alberto Royo, Contra la nueva educación
Plataforma editorial, 2016. 208 páginas.

Otro alegato, escrito con mucho humor y bastante mala leche, a favor de la educación con cara y ojos y en contra de los vende humos que están proliferando como setas. Igual que en el otro de Luri esperaba encontrar alguna opinión salida de tono pero no, vuelvo a coincidir al completo con lo que aquí se afirma.

Algunos conceptos que se destacan en el libro y que es conveniente traer aquí. La mayor parte de los expertos en educación que nos venden sus soluciones no han pisado nunca un aula, y se imaginan que las clases son como en el franquismo, con un profesor leyendo un libro y educando a golpe de regla. Baste como ejemplo un consejo que le dieron al autor del libro: Si se ponen ejemplos cercanos al niño la asignatura les resultará más interesante. Por ejemplo, se puede usar el fútbol para enseñar matemáticas.. Como si no fuera algo que se lleva haciendo más de 20 años, incluso en los libros de texto.

Porque hay una cosa muy curiosa: todos estos expertos del tres al cuarto abogan por una educación dinámica, proactiva, chupiguay, moderna, tecnológica integradora y emocional. Pero no aportan un programa concreto, unas actividades o un método que se pueda seguir para conseguir tan loables objetivos. Y cuando ese programa existe y se pone a prueba los resultados dejan bastante que desear.

Y es que con buenas intenciones no se levanta la educación. Hay que adoptar medidas basadas en la evidencia, y no en las buenas intenciones del país de la piruleta. Y si resulta que para que los niños aprendan tienen que conocer el valor del esfuerzo, no podemos arrebatarles ese conocimiento.

Como dice en el primer extracto que les pongo, vivimos tiempos extraños. Mandamos rovers a marte pero hay gente que cree que la tierra es plana. Somos capaces de sintetizar adn pero hay que avisar a la gente de que beber lejía es malo. Y tenemos las mejores herramientas para educar a nuestros hijos pero tenemos que luchar con papanatas que afirman que lo mejor es que los niños aprendan solos. Cada vez es más urgente levantar la voz contra ellos, como se hace en este libro.

Muy recomendable.

Vivimos tiempos de confusión. Se confunde la equidistancia con la tibieza, la moderación con la cobardía, la sensibilidad con la cursilería. Pero ser grosero no es lo mismo que ser sincero, ni la descortesía ha de ser signo de espontaneidad. Ser demagogo no puede compararse con ser cercano ni merece igual consideración. No son equiparables la ignorancia v la campechanía, la arrogancia y la erudición, ni pueden hacerse pasar por tiranía la autoridad o por injusticia el mérito. Es urgente que nos aclaremos respecto al lenguaje, que llamemos a las cosas por su nombre y que recuperemos el buen juicio, especialmente en la enseñanza, campo de prácticas de toda nueva ocurrencia, hallazgo terminológico e innovación insensata.


Nuestro autor se muestra entusiasmado porque «poco a poco -expresaba en INED21- se está gestando una corriente de profesorado que ha salido de su zona de confort docente e idea propuestas de mejora docente (casi) a diario». La verdad es que relacionar la actual enseñanza en un aula de secundaria con una supuesta zona de confort, así, de entrada, resulta chocante. Es probable, yo no lo sé, que resulten confortables los alumnos de García en la Facultad de Educación, pero desde luego confort, lo que se dice confort, no es que haya mucho en un 2.° de la ESO. Por otro lado, no hace falta salir de ese armario para idear propuestas de mejora docente (casi) a diario. Desconociendo por completo cómo prepara e imparte sus clases en la Facultad el señor García, debo decir que un profesor de secundaria idea propuestas de mejora docente no solo a diario (sin el casi), sino constantemente, adaptándose siempre a cada situación. No es raro que durante el desarrollo de una clase el docente decida reconducirla por un camino que no era el previsto, que surja algo (una pregunta, un comentario) que le permita incidir en asuntos en los que no pensaba haber incidido o que le lleve a eliminar otros que sí tenía proyectados, que observe que la estrategia didáctica no está funcionando como quisiera y resuelva modificarla sobre la marcha. Y eso no es innovar. Se llama, sencillamente, «enseñar».


Continuemos con la argumentación de la experta changemaker. «Las empresas no demandan un buen electricista, sino a alguien que sepa trabajar en equipo. En definitiva, buenas personas que, al final, son buenos profesionales porque el que es capaz de ser un buen líder, de trabajar en equipo, etcétera, gracias a la empatia, será la persona más feliz del mundo y obtendrá éxito», asegura Ana Sáenz de Miera. Lo que las empresas demandan lo desconozco. Sí puedo decir que si yo necesito un electricista, prefiero que venga un buen profesional, sepa o no trabajar en equipo, sea o no una «buena persona». Es más, pongo en duda la relación entre bondad personal y profesionalidad. Por supuesto que me alegraré si me cuenta, mientras soluciona la avería, lo afortunado que es y lo que disfruta en el desempeño de su trabajo, pero, si al día siguiente sigo teniendo el mismo problema que antes de su llegada o la situación ha empeorado (es decir, si me ha hecho una chapuza), llamaré a la empresa para la que trabaje y no me importará lo más mínimo su estado emocional, su nivel de disfrute o su talento empatizador. Sencillamente pediré otro electricista. Y de otra empresa.

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