Editorial Sirio, 1999. 166 páginas.
Versiones de cuentos populares con un puntito de humor negro e irreverencia, pero en general bastante flojitos y predecibles. El que más me ha gustado es el de las siete gallinitas que reproduzco al final.
Te arranca alguna sonrisa pero poco más. Seguramente me lo recomendarían aquí: Cuentos de hadas retorcidos.
Se deja leer.
Erase una vez un joven y apuesto príncipe que un día, yendo de cacería, se internó solo en el bosque. Tras haber caminado durante muchas horas se hallaba muy caneado y ham-Vy\
—Si vende revistas, no queremos. ¡Fuera! —le dijo el rey entreabriendo la puerta del castillo.
—¡Espere! —dijo el apuesto príncipe metiendo el pie para impedir que la pudiera cerrar de nuevo— Soy un apuesto y joven príncipe que se ha extraviado. ¿Fodría Vd. facilitarme lo más mprescindible para pasar la noche. Digamos, una cena de treinta y dos platos, una docena de criados y una suite con la chimenea encendida.
El rey consideró que era una petición muy razonable, especialmente viniendo de un príncipe, por lo que le hizo pasar al comedor, donde precisamente en ese momento se estaba sirviendo la cena. Vero al llegar al refectorio el príncipe se llevó una gran eorpreea: ¡En las siete sillas que rodeaban la mesa estaban sentadas siete gallinas!
Vendando que alguien habría dejado abierta la puerta del gallinero, el príncipe trató de eacar a las aves del salón.
—¡Alto! —dijo el rey—, deja a las niñas en paz.
Entonces las siete gallinas se sentaron otra vez en sus respectivas sillas y cada una de ellas comenzó a comer del plato lleno de maíz que tenía frente a sí.
—¿Que pasa contigo, muchacho?—le preguntó el rey limpiándose un grano amarillo que le colgaba de la nariz—. ¡No has probado bocadol
—De pronto se me ha quitado el apetito —reepondió el príncipe.
—¡Cocococococo rocooooool —dijo una de las gallinas. * —¿Qué ocurre, Florencia? le preguntó el rey.
—¡Co-co-co-co-ro-co-ro-co, coc, coc, rococococl
—¡Ja, ja, ja, ja! —rió el rey de buena gana—. ¡Muy gracioso, realmente muy gracioso!
—¿Qué es lo que ha dicho?—preguntó le príncipe, muy mosqueado.
—Florencia noe acaba de contar un chiste —dijo el rey—. Ahora, hijo mío, me alegro mucho de que hayas venido, pues sabrás que tengo un problema.
—Ya me he dado cuenta —dijo el príncipe—. ¡Está Vd. loco de remate!
Seguidamente el rey le contó al príncipe la Increíble historia de una bruja que llegó un día al castillo y hechizó a sus hijas convirtiéndolas en gallinas.
—Ya veo —dijo el príncipe—. ¿Entonces, esas siete gallinas son sus hijas?
—¡No! —respondió el rey—. Seis son hijas mías, la otra es la bruja que las hechizó.
Entonces ese es el quid de la cuestión, —dijo el príncipe pensativo.
—¡Exactamente! —dijo el rey—. Y el hechizo no podrá romperee hasta que averigüemos cuál de las siete gallinas es la bruja.
Este es el tipo de asunto con el que sueña cualquier apuesto príncipe. Todo lo que ahora tendría que hacer es descubrir cuál de las siete gallinas era la bruja y con toda seguridad el rey, muy agradecido, le premiaría con la mano de la más hermosa de sus seis hijas.
A la mañana siguiente se levantó a la misma hora que las gallinas y se puso a observarlas tan atentamente como si fuera un halcón.
—De nada te va a servir, muchacho —le dijo el rey—. las gallinas tienen la mala costumbre de comportarse todas del mismo modo.
—Cierto —dijo el príncipe—, pero no todas piensan igual. La que es bruja piensa como una bruja.
Aferrándose a esta idea, el príncipe se disfrazó de hermosa doncella. Pensó que si se hacía pasar por blanca-nieves, la bruja no podría resistirse.
—¡Soy Blancanieves! —decía tontamente mientras se paseaba por el castillo—. ¡Espero que no haya en este castillo ninguna bruja disfrazada de gallina! ¡Y espero que si hay alguna bruja disfrazada de gallina, no se le ocurra darme una manzana envenenada]
Vero, ¿qué creéis?, n nguna de las siete gall ñas le prestó la más mínima atención. Lástima que un ogro que vivía en las cercanías del castillo sí lo hiciera. Sin perder un segundo, el ogro agarró a la supuesta EMancanieves por el talle y se la llevó a su cueva. Sin embargo, justo en aquel momento un valiente caballero entró en escena, al parecer totalmente dispuesto a rescatar a Blancanieves.
—¡No temáis, bella doncella!—le dijo a príncipe— ¡Yo te salvaré!
Y diciendo esto se lanzó valientemente contra el ogro, Iniciándose entonces la más encarnizada pelea que podáis Imaginaros. Afortunadamente fue el caballero quien salió
victorioso trae lanzarle a ogro un directo a \a mandíbula, seguido de un gancho a\ hígado.
—¡Oh, hermosa doncella! —dijo el caballero mientras tomaba de nuevo al príncipe por la cintura—, ¡Qué ojos! ¡Y qué labios!
El príncipe respondió de la mejor manera que supo: lanzándole un directo a la mandíbula y un gancho al hígado.
—¡Oh! Me gusta! —dijo el caballero un poco atontado mientras se frotaba la mandíbula.
El príncipe aprovechó para volver a castillo a fin de quitarse cuanto antes el disfraz de Dlancanleves, pero resulta que los tacones altos le Impedían desplazarse con la rapidez que ál hubiera deseado. Además, al llegar, todas las gallinas se abalanzaron sobre él, curiosas por saber que había sucedido.
Vara librarse ellas, el príncipe tomó una escoba y trató de ahuyentarlas a escobazos. Efectivamente, todas se fueron menos una. Y esa no sólo se quedó, sino que le quitó al príncipe la escoba de las manos, se subió en ella y voló un rato por el salón
Pese a los muchos siglos en que sus antecesores se habían estado casando entre primos hermanos, algún vestigio de lógica quedaba todavía en la mente del príncipe.
—A las brujas les gustan las escobas —pensó—, y a las gallinas les asustan. ¡Luego ésta debe ser la bruja!
finalmente el hechizo había sido destruido. Y no sólo ¡a bruja adoptó otra vez su original aspecto de bruja, sino que a mismo tiempo, las seis gallinas restantes se convirtieron en las seis hermosas hijas del rey, aunc\ue eso sí, un poco más gordas que antes a causa de todo el maíz que se habían comido.
—¡Hijo mío! —le dijo el rey—, como premio te doy la mano de la hija que tú elijas para casarte con ella.
I
Lamentablemente, antes de que el príncipe tuviera l ¡empo de escoger, el caballero que seguía pensando que el \>rínc\pe era una doncella llegó a galope y tomándolo por la cintura se lo llevó de nuevo a gran velocidad.
Su madre ya había advertido al príncipe de que a veces uno tiene días así, pero a la pobre mujer se le olvidó comentarle acerca de los caballeros.
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