Recopilación de toda la poesía de Ángela Figuera que descubrí en el excelente libro Poesía soy yo. Me sorprende la calidad de sus poemas y lo desconocida para el público en general que es. Su libro Belleza cruel tuvo un prólogo de Leon Felipe en el que se disculpaba por decir que ellos se habían llevado la canción.
Poesía intimista, social, desde un punto de vista femenino, con imágenes poderosas y que pone el dedo en la llaga. Dejo abundante muestra para que se hagan una idea y recomiendo, si no pueden leer su poesía completa, el anteriormente citado Belleza cruel. Se incluyen también sus últimas poesías dedicadas a un público infantil que, aunque están bien, no me han interesado lo más mínimo.
Muy recomendable.
VIEJA
Porque el collar de mis días
ya desgranó muchas cuentas,
por eso, sólo por eso,
decís que soy vieja… ¿Vieja?…
Aún los senderos del campo
son gozo para mis piernas.
Aún gusto del sol que abrasa
y de la luna que sueña;
de nadar en las corrientes
y correr por las praderas
riendo bajo la lluvia
cuando estalla la tormenta…
Aún puedo llorar por nada
y canto sobre las penas…
Y en el hueco de mi mano
guardo una esperanza presa.
Decís, a pesar de todo,
decís que soy vieja… ¿Vieja?.
Mi carne morena aún tiene
sabores de primavera:
¿No veis los ojos en celo
de mi amante sobre ella?
RÍO Y ORILLA
El Duero pasa y se lleva
trozos del cielo de agosto
como jirones de seda…
¿En dónde está la verdad?
¿En el río
huidizo,
siempre movible y distinto?
¿En la orilla
que lo mira,
siempre quieta y la misma?…
¿En dónde está la verdad?
¿En la tierra
que se queda,
o en el agua
que se va?
Alamillos plateados
de la ribera del Duero,
ya, fijos, en mi recuerdo.
ESTA PAZ
Aquella Paz de olivo y de paloma
lograda en verde tierno y blanco puro
sobre el carmín violento de la sangre,
no es esta paz de ahora, enmascarada
entre papel y tinta mentirosa.
No es esta paz, de pecho acribillado
por viejas bayonetas oxidadas,
que se dejó por todos
los rincones del mundo
fusiles olvidados que disparan,
cañones que conservan su bramido
y buitres acerados con el buche
preñado de metralla.
No es esta paz de corzos asustados
pisando sucio barro movedizo.
No es esta paz de aturullados vuelos,
de afán desorientado, de planetas
sin órbita precisa.
Paz harapienta, coja, rotulada con
«ismos” y con «antis»;
gritada en altavoces,
gestada en asambleas y convenios
de turbia hipocresía.
Paz con hedor de muertos insepultos;
inquieta de presagios;
roída de psicosis y complejos.
Paz de niños con hambre
que no han sabido nunca
cómo se clavan los menudos dientes
en un mullido pan de blanca miga
bajo un crujir dorado de cortezas.
No. Nuestra paz, difícil, fermentada,
toda aristas y filos
como vidrio quebrado,
en que las manos duras, apretadas,
han de llevar el corazón en vilo
para que no se arrastre ni se hiera,
no es una paz de olivo y de paloma.
No es una paz de júbilo y descanso.
Belleza cruel,
Dadme un espeso corazón de barro,
dadme unos ojos de diamante enjuto,
boca de amianto, congeladas venas,
duras espaldas que acaricie el aire.
Quiero dormir a gusto cada noche.
Quiero cantar a estilo de jilguero.
Quiero vivir y amar sin que me pese
ese saber y oír y darme cuenta;
este mirar a diario de hito en hito
todo el revés atroz de la medalla.
Quiero reír al sol sin que me asombre
que este existir de balde, sobreviva,
con tanta muerte suelta por las calles.
Quiero cruzar alegre entre la gente
sin que me cause miedo la mirada
de los que labran tierra golpe a golpe,
de los que roen tiempo palmo a palmo,
de los que llenan pozos gota a gota.
Porque es lo cierto que me da vergüenza,
que se me para el pulso y la sonrisa
cuando contemplo el rostro y el vestido
de tantos hombres con el miedo al hombro,
de tantos hombres con el hambre a cuestas,
de tantas frentes con la piel quemada
por la escondida rabia de la sangre.
Porque es lo cierto que me asusta verme
las manos limpias persiguiendo a tontas
mis mariposas de papel o versos.
Porque es lo cierto que empecé cantando
para poner a salvo mis juguetes,
pero ahora estoy aquí mordiendo el polvo,
y me confieso y pido a los que pasan
que me perdonen pronto tantas cosas.
Que me perdonen esta miel tan dulce
sobre los labios, y el silencio noble
de mis almohadas, y mi Dios tan fácil
y este llorar con arte y preceptiva
penas de quita y pon prefabricadas.
Que me perdonen todos este lujo,
este tremendo lujo de ir hallando
tanta belleza en tierra, mar y cielo,
tanta belleza devorada a solas,
tanta belleza cruel, tanta belleza.
Carta abierta
Jesús de Nazaret
(Dios Hijo.)
Cielo.
Perdona que te escriba. De seguro
no harás cuenta de mí. Soy poca cosa.
Segundo López Sánchez, carpintero,
casado, con mujer y cinco hijos.
Trabajo en un taller. (Y las chapuzas.)
Soy uno de tus pobres. Pero ocurre
que ya no tengo fuerzas ni paciencia.
Señor, que es mucha brega y poco trago.
Señor, mejor que bajes y lo veas.
Yo soy de pocas letras, mas decían
que fuiste del oficio cuando mozo.
No sé cómo andaría en aquel tiempo
lo de vivir del tajo y ser un pobre,
pero lo que es ahora es un milagro
mayor que el de los panes y los peces
poner algo en la mesa y repartirlo
para que llegue a todos. Haz la prueba.
Ven a carpintear entre nosotros
y vive del jornal. Sudarás sangre
como en el huerto. Y sal por los caminos
y ponte a predicar como solías
contra los fariseos, y repite
aquello de los ricos y la aguja,
y echa a los mercaderes de la Iglesia,
y a ver qué pasa. Y resucita un muerto
de los prohibidos, y habla del reparto
y di que den lo suyo a quien lo gana.
Si no te crucifican como entonces
es porque ahora, apenas se abre el pico
te hacen callar. Bonita está la cosa.
Señor, ven a ayudarnos, por tu Madre.
Que no digan ni Cristo lo remedia.
Que no somos tan malos como dicen.
Pero es ya mucho machacar el hierro.
Luego se pone al rojo y se arma una,
y, en fin, no canso más, tú te harás cargo.
De obrero a obrero te lo pido y firmo:
Tu humilde servidor,
Segundo López.
Difícil
Difícil es salir del agujero,
de un túnel sin estrellas ni bombillas
Difícil es llegar a las orillas
de tanta sangre y tanto estercolero.
Difícil es andar, subir la vida
con un muerto cogido de la mano
que tiene nuestro rostro y nuestra herida
Difícil es hallar norte y sendero
por tierras calcinadas y amarillas
difícil es, sin agua y sin semillas
de amor o pan, hacerse cosechero
Difícil es cantar, luchar es vano
sabiendo que la voz y la partida
se han de perder más tarde o más temprano
Nadie sabe, de Ángela Figuera Aymerich
Abre tus ojos anchos al asombro
cada mañana nueva y acompasa
en místico silencio tu latido
porque un día comienza su voluta
y nadie sabe nada de los días
que se nos van y luego se deshacen
en polvo y sombra. Nadie sabe nada.
Pisa la tierra, vierte la simiente,
coge la flor y el fruto: sin palabras,
pues nadie sabe nada de la tierra
muda y fecunda que, en silencio, brota,
y nadie sabe nada de las flores
ni de los frutos ebrios de dulzura.
Mira la llamarada de los árboles,
bebiéndose lo azul: contempla, toca
la piedra inmóvil de alma intraducible
y el agua sin contornos que camina
por sus trazados cauces, ignorándolos.
Sueña sobre ellos. Sueña. Sin decirlo.
Pues nadie sabe nada de los árboles
ni de la piedra ni del agua en fuga.
Mira las aves altas, desprendidas,
limando el sol al golpe de sus alas;
toma del aire el trino y el gorjeo,
pero no quieras traducir su ritmo,
pues nadie sabe nada de los pájaros.
Mira la estrella, vuela hacia su altura,
toma su luz y enciéndete la frente,
pero no inquieras su remoto arcano
pues nadie sabe nada de la estrella.
Besa los labios y los ojos; goza
la carne del amante sazonada
secretamente para ti; acomete
con decisión humilde la tarea
del imperioso instinto: crece en ramas
mas nada digas del tremendo rito
pues nadie sabe nada de los besos,
ni del amor ni del placer, ni entiende
la ruda sacudida que nos pone
al hijo concluido entre los brazos.
Clama sin grito, llora sin estruendo
pues nadie sabe nada de las lágrimas.
Vete a hurtadillas. Con discreto paso.
Traspasa quedamente la frontera.
Pues nadie sabe nada de la muerte.
Rebelión
Serán las madres las que digan: Basta.
Esas mujeres que acarrean siglos
de laboreo dócil, de paciencia,
igual que vacas mansas y seguras
que tristemente alumbran y consienten
con un mugido largo y quejumbroso
el robo y sacrificio de su cría.
Serán las madres todas rehusando
ceder sus vientres al trabajo inútil
de concebir tan sólo hacia la fosa.
De dar fruto a la vida cuando saben
que no ha de madurar entre sus ramas.
No más parir abeles y caínes.
Ninguna querrá dar pasto sumiso
al odio que supura incoercible
desde los cuatro puntos cardinales.
Cuando el amor con su rotundo mando
nos pone actividad en las entrañas
y una secreta pleamar gozosa
nos rompe la esbeltez de la cintura,
sabemos y aceptamos para el hijo
un áspero destino de herramienta,
un péndulo del júbilo a la lágrima.
Que así la vida trenza sus caminos
en plenitud de días y de pasos
hacia la muerte lícita y auténtica,
no al golpe anticipado de la ira.
¿Por qué lograr espigas que maduren
para una siega de ametralladoras?
¿Por qué llenar prisiones y cuarteles?
¿Por qué suministrar carne con nervios
al agrio espino de alambradas,
bocas al hambre y ojos al espanto?
¿Es necesario continuar un mundo
en que la sangre más fragante y pura
no vale lo que un litro de petróleo,
y el oro pesa más que la belleza,
y un corazón, un pájaro, una rosa
no tienen la importancia del uranio?
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