Impedimenta, 2021. 470 páginas.
Tit. or. Lem. Zycie nie z tej ziemi. Trad. Bárbara Gil.
Biografía sui generis del gran escritor de ciencia ficción Stanislaw Lem. Casi se podría decir que es una investigación acerca de su figura donde el autor no se limita a leer cuantos libros se han escrito sobre Lem, sino que ha cotejado documentos, comparado las versiones del autor con diarios de amigos suyos y, en definitiva, ha hecho un homenaje como buen lemólogo que es.
Parte de ese camino se plasma en el libro y le da un sabor especial. Al principio me molestaba un poco porque quita páginas que podían dedicarse más al autor, pero al final acabé comprando todo el paquete. Al fin y al cabo el trabajo de documentación es excelente y la manera de plasmarlo, también.
He conocido mucho más acerca de uno de mis ídolos. Por ejemplo, su afición a los coches -en un país en el que no se podía conseguir prácticamente ninguno-, su amistad con Mrozek (autor que me encanta) o sus previsiones acerca del futuro de internet (que dejo en la muestra) de una clarividencia increíble.
Muy bueno.
Me advirtieron que Lem tenía problemas auditivos, de modo que tendría que hablar bien alto, claro y con pausas. Quien me conozca —o quien haya escuchado alguno de mis programas de radio— sabe que la buena dicción no es una de mis por lo demás pocas virtudes, pero lo di todo. Y Lem contestaba a mis preguntas (y tras haber escuchado muchas anécdotas e historias, sé que eso no era habitual).
A pesar de mi admiración por Lem como escritor, yo no estaba de acuerdo con sus comentarios de actualidad, y eso era prácticamente lo único a lo que se dedicaba desde que publicó Fiasco. En la Polonia libre se dio a conocer como la Casandra cracoviana. En los folletines publicados desde 1992 en Tygodnik Powszechny y en Odra se quejaba sin cesar de que estábamos malgastando la libertad que habíamos recobrado de milagro. Ni la política ni la tecnología ni la economía le gustaban. Es más, en las elecciones de 1990 había apoyado a Tadeusz Mazowiecki, pero —como declaró en una entrevista televisiva— sobre todo porque los partidarios de Walçsa le aterraban (en ese momento se trataba de los hermanos Kaczynski). Incluso cuando Lem estaba a favor de algo o de alguien, en el fondo era porque estaba todavía más en contra de algo o de alguien diferente.
«No me gusta la derecha, me repele la izquierda, pero tampoco me place el centro»: ese era, más o menos, el comentario político típico de Lem. Y eso fue lo que dijo también en su entrevista con Tomasz Fialkowski, quien editaba sus columnas en el Tygodnik Powszechny.
Su punto de vista sobre el progreso de las tecnologías digitales era parecido, y así venía expresándolo desde 1993 en las páginas de la edición polaca de PC Magazine. En una época en la que todo el mundo admiraba las bondades de Internet y de los ordenadores, Lem advertía a la gente sobre sus consecuencias.
En 1995, unos periodistas alemanes le preguntaron si le tenía miedo a la antimateria. Lem contestó que más miedo le tenía a Internet. Con eso consiguió titulares sensacionalistas tanto en la prensa polaca como en la alemana —-y Dios sabe en cuál más—: «¡Lem considera que Internet es más peligroso que la antimateria!». Pocos atendían a la argumentación lógica del propio escritor: Internet ya existe, de modo que la amenaza que podía suponer era próxima y real, mientras que la antimateria sigue siendo algo que se descubrirá, como mucho, en alguna molécula solitaria y perdida, que enseguida se destruirá, es decir, que cualquier amenaza eventual depende de un hipotético y lejano futuro.
Hasta donde sé, por aquel entonces, Lem era el único autor que se ocupaba de cuestiones de tecnología, y que, en consecuencia, alertaba sobre los peligros de Internet. El resto del mundo alababa sus virtudes. Y yo me incluyo en ese grupo; aunque en 2013 escribí un libro que advertía sobre sus peligros, me llevó más de una década entender lo que Lem venía denunciando desde el principio. Su desconfianza ante Internet era el caso particular de una teoría general, que puede encontrarse patente en toda su obra, incluso desde El hombre de Marte. Para Lem, cualquier cosa que el Homo sapiens inventara —desde una piedra tallada hasta una nave espacial— primero sería utilizada como herramienta para hacer daño a sus semejantes, siempre.
Puesto que eso es precisamente lo que ha sucedido con todos los inventos a lo largo de la historia —la pólvora, la máquina a vapor, el automóvil, el avión—, ¿por qué no iba a suceder lo mismo con Internet? Así, Lem enumeraba, con bastante exactitud, todo lo que nos depararía la red de ordenadores: una nueva clase de delincuencia frente a la cual la policía y el derecho serían impotentes; nuevos métodos de ataque entre potencias, que permitirán paralizar las instalaciones computarizadas del país atacado de modo que ni siquiera se pudiese detectar al agresor; y una estupidización general, porque en el mar de información que se generaría sería cada vez más difícil separar la paja del trigo.
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