Santillana, 2013. 474 páginas.
Tit. Or. Whar are you looking at? Trad. Federico Corriente Basús.
Recorrido de 150 años de historia del arte narrados con un estilo muy ameno, estableciendo relaciones entre obras del pasado y del presente. Los artistas son presentados con entusiasmo y cariño, que se transmite al lector. Una buena manera de aprender sobre el tema.
En la introducción comenta ya ideas muy interesantes, con las que coincido. La primera, que la definición de arte la da el tiempo. Las buenas obras que se están haciendo ahora se confirmarán dentro de cincuenta años. Puede que incluso algunas ni nos las esperamos. otra es que el dinero está distorsionando el mercado del arte. Muchas obras valen dinero por la capacidad de artistas y galerías de publicitarse, más que por su calidad intrínseca.
Alguna pega: pocas fotografías, aunque hoy en día con internet eso no es problema. Que la parte del león se la coma el arte anterior al actualmente contemporáneo, que ya está catalogado y no ofrece dudas. Me hubiera gustado más que se mojara con los artistas actuales. Por ejemplo, su defensa de la ‘cama deshecha’ de Tracey Emin diciendo que se muy buena empresaria me parece algo pobre (y la obra también, nunca me ha convencido).
Virtudes: el sentido del humor y la erudición, aunque a veces falla misteriosamente. En la página 255 se afirma que Rimbaud murió trágicamente joven, y aunque murió pronto (a los 37 años) no era tan joven y había dejado de escribir hacía mucho tiempo. En la página siguiente se afirma que la obra Ubu Rey empieza con Merde! y es sabido que la palabra es Merdre!, un matiz pequeño pero relevante.
Lo he disfrutado mucho.
A finales de la década de 1950, el artista italiano Lucio Fontana (1899-1968) compró una de las primeras pinturas monocromas azules de Yves Klein. Estaba también interesado en la idea del espacio y el vacío, y compartía con Klein su ambición de impugnar y poner a prueba las limitaciones y el poder del lienzo. Klein pintaba repetidamente sus cuadros con un único color; Fontana cogió una cuchilla para hacer los suyos. Lo llamaba espacialismo (Spazialismo) y sostenía que representaba una forma de arte más cercana a la ciencia y a la tecnología. Sus lienzos cortados (muchos) se reúnen bajo el nombre común de Concepto espacial (Con-cetto Spaziale).
Pertenecen a esa clase de ejemplos de arte conceptual que suelen enojar a la gente. En varias ocasiones he estado hombro con hombro con amigos y conocidos frente a uno de los lienzos rajados de Fontana, que señalaban indignados la obra y preguntaban: «Ydime, entonces, ¿cómo es posible que ESTO sea arte?». Bueno, quizá no lo sea, pero creo que la obra de Fontana se merece como mínimo una cierta consideración.
Tomemos como ejemplo Concepto espacial: espera (Concetto Spaziale, Attesa, 1960). El modo en que el corte diagonal abre la tela de color marrón claro para revelar una negrura interior no es obra de un diletante o un charlatán, sino la de un artista habilidoso y consumado. La ilusión de que hay un profundo vacío negro (una alusión a la era espacial) surge de la inserción de una gasa negra por la parte trasera del lienzo. El corte, o la herida, con sus connotaciones violentas, quirúrgicas y sexuales, ha sido cuidadosamente ejecutado por Fontana para que no queden rebabas en la superficie y que el ojo pase sin interrupción al abismo negro que se abre tras el tajo.
En el último cuarto de siglo, los artistas no han atendido a los grandes cambios sociales que se han producido. Apenas se ha criticado una época impregnada por el capitalismo y una moral competitiva en la que lo fundamental eran la fama y la fortuna; por otra parte, los efectos de la globalización o los soportes digitales son temas apenas trabajados. Por lo que se refiere a los problemas medioambientales, la corrupción política y mediática, el terrorismo, el fundamentalismo religioso, la desintegración del mundo agrario, las diferencias sociales cada vez más extremas (unos ricos cada vez más ricos y unos pobres sumidos en la miseria) , la codicia sin fin y la falta de sentimientos de la que hacen gala los banqueros, si uno acude a un museo y da por bueno el testimonio del arte contemporáneo es como si nada de esto estuviera sucediendo.
Quizá los ojos y cabezas de los artistas estaban en otra parte. Es posible que se sintieran en un impasse. Una de las consecuencias que tiene ser artista-empresario, al igual que sucede en cualquier otro negocio, es que uno se volverá tan propenso a caer en la filosofía de la conveniencia como cualquiera y a veces tendrá que firmar contratos con el diablo. Una vez que uno comparte mesa con el de las orejas y el rabo en punta, es imposible evitar la hipocresía. ¿Cómo se puede crear una obra de arte de honda significación anticapitalista, por ejemplo, si uno se ha pasado la noche anterior en una cena de museo, llena de pijos, sentado al lado de un financiero que resulta ser, además, uno de los mejores coleccionistas/clientes de uno? ¿Cómo se puede realizar una obra comprometida con el medio ambiente cuando las propias emisiones de carbono de uno son superiores a la media? ¿Es posible hacer un cuadro o una escultura que pretenda arrojar luz sobre una injusticia de la que uno mismo se está beneficiando en el fondo? ¿Cómo se puede criticar al establishment cuando uno pertenece a su círculo más exclusivo? ¿Quieren ustedes una*respuesta? Es imposible.
A no ser, claro está, que el artista esté operando completamente al margen del mercado y no tenga nada que perder, que es lo que sucede con quienes se dedican al street art (arte callejero). En cuanto sus intervenciones han dejado de ser consideradas delitos
de vagos y maleantes, el Street arty el grafiti han ingresado en el canon del arte contemporáneo. En el año 2008, seis piezas gigantes de streel art cubrían la inmensa fachada norte de la Tate Mo-dern. Habían sido realizadas por artistas de todas las partes del mundo, entre ellos un artista francés conocido como JR (fecha de nacimiento desconocida). El se llama a sí mismo photograffeur como una forma de describir las fotografías políticamente sesgadas en blanco y negro que pega a los edificios como si fuesen murales.
La mayor parte de su obra ha sido expuesta sin autorización, sin la aprobación del establishment, sin haber sido encargada oficialmente y no «se ha hecho posible» gracias a los buenos oficios de un acaudalado mecenas. No está a la venta. En 2008 cubrió edificios de un barrio de favelas de Río de Janeiro plagado por la delincuencia con varias imágenes en blanco y negro que mostraban los ojos de gente mirando fijamente. Se dijo que lo había hecho como respuesta a una serie de asesinatos que habían tenido lugar en la zona. Tiene sentido. El arte de JR se hace in situ y refleja los problemas del lugar en el que él opera en ese momento. Es un enfoque del que su arte se beneficia. Por ejemplo, la intervención en el barrio de favelas no habría tenido el mismo impacto si se hubiera producido en las paredes impolutas de un museo o una galería de arte: es la antítesis de la mercancía patrocinada por las grandes empresas que inunda los centros de arte contemporáneo.
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