Uno de estos clásicos que se oyen nombrar a menudo pero que pocas veces se encuentra tiempo para leerlos. En mi caso creo que la siguiente reseña fue la que me animó a ponerlo en la lista: La piedra lunar. El buenrollismo habitual de la página con sus reseñas lo desactivaba que el autor esté muerto.
El argumento puede encontrarse en la wikipedia: La piedra lunar. Un diamante robado en la India y al que presuntamente siguen tres brahmanes acaba como regalo de decimoctavo cumpleaños de la aristócrata Rachel Verinder. Pero esa misma noche es robado y averiguar quién es el culpable será más complicado de lo que parece.
La primera parte, contada desde el punto de vista de Gabriel Betteredge, mayordomo de la casa obsesionado con Robinson Crusoe, es impecable, fresca y muy graciosa. El resto de la historia se cuenta desde el punto de vista de otros personajes, muy conseguido el de Drusilla Clack aunque en ocasioens se hacía cargante (aunque en definitiva es su esencia).
Si tuviera que ponerle alguna pega es la resolución un tanto rocambolesca, pero si tenemos en cuenta que se trata de la primera novela de detectives, hay que reconocer que está por encima de la media de las que se han escrito con posterioridad. La estructura, el lenguaje y argumento son sorprendentemente modernos. El detective que se encarga del caso es más actual que la mayor parte de los que vinieron después.
Más reseñas en Maite Uró y Entre montones de libros, donde les ha gustado tanto como a mí. Seguiré con la dama de blanco.
Calificación: Muy bueno.
Dos horas han transcurrido desde la partida de Mr. Franklin. Tan pronto como me volvió la espalda, me dirigí hacia mi escritorio para dar comienzo a la historia. Ante él sigo sentado, impoten-te, desde entonces, pese a la destreza de mis facultades, percibiendo lo que Robinsón Crusoe perci-bió, según he dicho anteriormente, sobre lo necio que es empezar una operación cualquiera, antes de calcular su costo y de pesar exactamente las fuerzas que contamos para llevarla a cabo. Les rue-go que recuerden que abrí ese libro, y en esa página por azar, sólo el día anterior a aquél en que tan osadamente me comprometí a efectuar el trabajo que tengo ahora entre manos; y me permitiré aquí preguntarme si no es esto una profecía, ¿qué es entonces?
No soy supersticioso; he leído, en mis tiempos, muchos libros y soy un erudito a mi manera. Pese a haber llegado ya a los setenta años, poseo una memoria activa y unas piernas que armonizan con ella. No deben ustedes considerar mis palabras como si provinieran de una persona ignorante, cuando les diga que, en mi opinión, otro libro como ése que se denomina Robinsón Crusoe no ha sido ni podrá ser escrito jamás. He recurrido a él año tras año—generalmente en compañía de mi pipa llena de tabaco—y he encontrado siempre en él al amigo que necesitaba en todos los momen-tos críticos de mi vida. Cuando me hallo de mal humor, Robinsón Crusoe. Cuando necesito algún consejo, Robinsón Crusoe. En el pasado, cuando mi mujer me importunaba, y en el presente, cuan-do he bebido algún trago de más, Robinsón Crusoe. He desgastado seis recios Robinsones, luego de haberlos obligado a trabajar duramente a mi servicio. En ocasión de su último cumpleaños, recibí de manos del ama el séptimo. A causa de ello bebí un sorbo de más, y Robinsón Crusoe me devolvió el equilibrio. Su precio, cuatro chelines y seis peniques, encuadernado en azul, con un retrato, por añadidura.
No obstante, no creo que sea ésta la mejor manera de dar comienzo a la historia del diamante, ¿no les parece? Siento como si estuviera errando extraviado y fuera en busca de Dios sabe qué y Dios sabe dónde. Con permiso de ustedes, tomaremos una nueva hoja de papel, y, luego de saludar-los con el mayor respeto, daremos comienzo de nuevo a esta labor.
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