Washington Irving. Cuentos de la Alhambra.

noviembre 9, 2009

Club internacional del libro, 1983. 190 páginas.

Washington Irving, Cuentos de la Alhambra
Misteriosa Granada

Solemos olvidar a los clásicos porque nos obligaron a leerlos en la escuela. No sé que recuerdo tenía de estos cuentos, pero era malo y me esperaba algo soporífero. Pero no es así; la recopilación de leyendas que giran alrededor de la Alhambra y que incluyen un sin fin de encantamientos, princesas enamoradas e incluso aguadores afortunados está escrita en un lenguaje vivaz que no ha envejecido nada y que se disfruta igual que una recopilación moderna en el mismo sentido como es Leyendas españolas.

Hoy no creemos en fábulas, no como en la antigüedad que al decir de Irving:

En aquellos días, la gente se rendía enamorada más rápidamente que ahora, atestiguándolo así todas las fábulas y leyendas. No fue extraño, por tanto, que los ojos de las tres princesas, implorantes de favor y relampagueantes de emoción se clavaran como flechas en el alma y en la fantasía de los tres ardorosos caballeros, más cautivos que antes desde aquel momento, no sólo en homenaje de gratitud, sino, especialmente, en rendimiento de admiración. Lo singular era que cada uno de ellos había quedado prendado de distinta princesa, en tanto que éstas, intensamente impresionadas por el sereno continente de los nobles cristianos, fomentaron en sus pechos esa impresión, estimulada asimismo por el valor que oyeron desplegado por los caballeros en el combate y por su brillante alcurnia.

Una lectura muy agradable, y nunca está de más bucear en nuestro pasado.

Descárgalo gratis:

Irving, Washington – Cuentos De La Alhambra.doc

(Te hará falta el programa EMule)


Extracto:[-]

Volviendo a nuestro cuento. Peregil había empezado su negocio con su único cántaro de agua, grande, es cierto, que llevaba a las espaldas, Gradualmente ascendió en categoría entre los de su oficio, tanto, que se procuró una ayuda, la más útil que podía: un velludo borriquillo. A cada costado de su orejudo compañero iban los cántaros, en cuévanos y protegidos con hojas de higuera contra el calor directo del sol. Granada no conocía aguador más infatigable ni de mayor jovialidad: las calles de la ciudad recogían su pregón, vivo y placentero, que lanzaba marchando detrás del borriquillo. pregón que en verano se oye en todas las ciudades españolas: «¡Agua! ¿Quién quiere agua, más fría que la nieve?» Cuando un parroquiano se le acercaba, le servía con palabras agradables, respondidas siempre con una sonrisa; y si quien quería el agua era mujer, no faltaban la mirada picaresca o el galanteo o el requiebro.

Así tenía Peregil fama de ser uno de los hombres más corteses, divertidos y felices de Granada. ¡Pero cuan cierto es que quien ríe y quien más alegre parece no es el más dichoso! Bajo esta capa de jovialidad, le ahogaban a Peregil pesares y cuidados. Tenía una larga prole, hijos andrajosos y hambrientos que esperaban a su padre cuando por las noches volvía a la mísera vivienda que habitaban, pidiéndole pan a voz en grito. Su compañera, bien lejos de ayudarle, era para él carga pesada; antes del matrimonio lucio agraciada belleza y bailó con habilidad y arte el bolero, acompañándose de las castañuelas; y ahora se gastaba el escaso dinero que Peregil ganaba a fuerza de sudores y vigilias en baratijas y en fruslerías, y se apoderaba del borriquillo los domingos, los días de
santos y las innumerables fiestas que en España se celebran, y que son más nunerosas que los días de trabajo. Como si esto fuera poco, en la esposa de Peregil se reunían, además, el desaliño y la pereza, y un deseo tan incontenible de saberlo todo y de entender de todo, metiéndose en berenjenales, que abandonaba casa, quehaceres, cuanto tuviera en mano para correr adonde hubiese un enredo que oír y en el que dar opinión y consejo.

Pero el ordenador del universo que atempera los vientos a las necesidades de los débiles, acomoda, asimismo, el yugo del matrimonio a los caracteres de quienes han de soportarlo. Y en esto tenéis a Peregil, que parecía sufrirlo todo con resignación porque quería a sus hijos lo mismo que la corneja a sus huevos, viendo su imagen multiplicada y perpetuada en ellos, retrato exacto ni más ni menos que del Peregil de piernas zambas y de espaldas anchas que toda Granada conocía. El mayor placer de nuestro aguador era, tan pronto como disponía de un día libre y de unos maravedíes, llevarse consigo a su prole, en los brazos unos, pisándole los talones otros, para que retozaran en la vega, mientras su esposa recordaba los años sueltos bailando en las angosturas del Darro.

3 comentarios

  • panta noviembre 9, 2009en9:39 pm

    Caballero, anda ud. tan prolijo últimamente que debo guardar hueco los fines de semana para leer enteras sus entradas.
    Estoy echando de menos una ración más de sótanos misteriosos y cajas de contenido arcano.

    Saludos

    P.S.: No deje de enseñarnos las postales de época, por si acaso nos perdimos algo 😉

  • Novedades literatura noviembre 11, 2009en12:57 am

    Qué bueno es que, además de recomendar a un autor, se nos facilite la obra para descargar. Muchas gracias!

  • Palimp noviembre 11, 2009en8:01 pm

    Panta, todavía no ha vsito usted nada 🙂

    De nada, es lo bueno que tienen los clásicos; que están libres de derechos y además son de calidad probada.

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