Varios. Tiempo profundo.

enero 24, 2024

Varios, Tiempo profundo
Alamut, 2020. 228 páginas.

Incluye los siguientes relatos:

A lomos del cocodrilo, Greg Egan
El servidor y el dragón, Hannu Rajaniemi
Palimpsesto, Charles Stross
La isla, Peter Watts
El otro fin de la historia, John C. Wright

Que giran todos alrededor de la transformación que los seres humanos o las inteligencias artificiales sufrirán por el avance de la tecnología. En A lomos del cocodrilo hay una megacivilización donde todos los seres vivos tienen la posibilidad de ser inmortales, y una pareja intenta descubrir qué se esconde dentro del núcleo galáctico, donde hay una civilización que rechaza las sondas que se envían pero no se comunica.

El servidor y el dragón nos cuenta la historia de un servidor, una especie de inteligencia artificial planetaria que se dedica a preparar sistemas para sus dueños hasta que recibe la visita de un dragón, otra extraña forma de vida artificial. En Palimpsesto es la posibilidad de viajar en el tiempo la que crea seres humanos que son capaces de navegar entre universos que se reescriben una y otra vez.

La isla es un extraño viaje construyendo una autopista interespacial que se encuentra con un ser vivo gigantesco, una especie de esfera de Dyson orgánica. Para acabar, en El otro fin de la historia el encuentro entre Ulises, una nave transformada en planetoide y Penélope, una copia de la tierra sintiente esconde los últimos rescoldos de una guerra universal.

Solo por las ideas que se plantean o que conforman el ambiente de los relatos, y todo lo que sugieren, ya merecería la pena leerlo.

Bueno.

Cuando dieron por primera vez con el procedimiento adecuado, no hubo nada que lo distinguiera de las miles de falsas alarmas que lo habían precedido.

Era su decimoséptimo año en Nazdeek. Habían lanzado su propio observatorio (armado con las últimas mejoras recopiladas por toda la galaxia) hacía quince años, y desde entonces había estado confirmando los nulos resultados de sus predecesores.

Se habían decidido por una rutina pausada, explorando sistemáticamente las posibilidades que la observación todavía no había excluido. Entre las situaciones hipotéticas que quedaban completamente descartadas (la presencia en el bulbo de una civilización extrovertida, intrépida y con grandes recursos energéticos que buscaba activamente establecer contacto por todos los medios a su alcance), y la infinidad de posibilidades que a esta distancia nunca podrían distinguirse de la ausencia total de vida y de la ausencia total de maquinaria exceptuando un estúpido pero eficiente guardián, de vez en cuando de los datos surgían pistas tentadoras, que una vez sometidas a un escrutinio continuado se quedaban en insignificancias estadísticas.

Desde Nazdeek podían distinguirse decenas de miles de millones de estrellas en el territorio de los Distantes, y algunas de ellas evolucionaban o interactuaban de forma violenta en cuestión de años o de meses. Agujeros negros que despellejaban y se tragaban a sus compañeras. Estrellas de neutrones y enanas blancas que robaban combustible nuevo y generaban novas. Cúmulos estelares que colisionaban y se desgarraban mutuamente. Si uno acumulaba datos sobre toda esta casa de fieras durante el tiempo suficiente, uno podía esperar ver casi cualquier cosa. A Leila no le habría sorprendido entrar tan campante una noche en el jardín y encontrarse con un enorme letrero de bienvenida dibujado en el cielo, justo antes de que la disposición fortuita de las novas se desvaneciera y el mensaje se disolviera volviendo a la aleatoriedad de siempre.

Cuando su telescopio de rayos gamma captó el indicio de algo extraño (los núcleos de cierto isótopo de flúor decayendo desde un estado excitado, cuando para empezar no había ninguna fuente cercana del tipo de radiación que pudiera haber puesto los núcleos en ese estado), podría haber sido un hecho aleatorio e inexplicable más que añadir a una enorme pila. Cuando se volvió a captar la misma luz tenue, no muy lejos de la primera, Leila razonó que si una nube de gas enriquecida con flúor podía verse afectada en un punto por una fuente de radiación oculta, no debería sorprender que pasara lo mismo en otro punto de la misma nube.

Volvió a pasar. Los tres acontecimientos se alineaban en el espacio y el tiempo de modo que sugerían un pulso corto de rayos gamma, como un haz muy concentrado que chocaba en tres puntos distintos de la nube de gas. Aun así, en las montañas de datos que habían obtenido de sus predecesores, se daban coincidencias mucho más significativas que ésta cientos de miles de veces.

Con el cuarto destello, la balanza de los números empezó a inclinarse. Los rayos gamma secundarios que llegaban a Nazdeek sólo daban una impresión débil y distorsionada de la radiación original, pero los cuatro destellos podían provenir de un único haz estrecho. En el bulbo había miles de fuentes de rayos gamma conocidas, pero la frecuencia de la radiación, la dirección del haz y el perfil temporal del pulso no coincidían con ninguna de ellas.

Los archivos revelaron que el mismo tipo de emisiones se habían visto unas cuantas docenas de veces procedentes de núcleos de flúor bajo condiciones similares. Nunca antes había habido más de tres acontecimientos conectados, pero una de las secuencias había tenido lugar a lo largo de una trayectoria que no estaba lejos de la actual.

Leila se sentó junto al arroyo y modeló las posibilidades. Si el haz conectaba dos objetos en vuelo propulsado, la predicción era imposible. En cambio, si el receptor y el transmisor estaban mayormente en caída libre y sólo hacían correcciones puntuales, combinando los datos pasados y presentes obtendría un pronóstico plausible de la orientación futura del haz.

Jasim estudió su simulación, un bocadillo de pensamiento lleno de estrellas y ecuaciones flotando encima del agua.

—Toda la trayectoria se saldrá de los límites establecidos —dijo.

—No me digas. —El territorio de los Distantes era más o menos esférico, lo que lo convertía en un conjunto convexo: no podías moverte entre dos puntos cualquiera que estuvieran dentro de él sin entrar en el propio territorio—. Pero mira cuánto se dispersa el haz. Por los datos del flúor, diría que para cuando llega al receptor podría tener una anchura de decenas de kilómetros.

—¿Entonces quizá no lo capten todo? ¿Puede que dejen que parte del haz se escape hacia el disco? —No sonaba convencido.

—Mira —dijo Leila—, si realmente estuvieran haciendo todo lo posible para esconderlo, para empezar nunca habríamos visto estas señales.

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