Ediciones Dronte, 1978. 160 páginas.
Cuando releí -por enésima vez- los ejemplares antiguos de Nueva Dimensión no imaginaba que en un par de meses iba a disponer de nuevas adquisiciones. Hacía mucho tiempo que no encontraba estos libros a un precio asequible y había perdido la esperanza de ir completando mi colección. Casualidades de la vida he adquirido en la última feria del libro una buena cantidad (presente en el esclavo lector) a unos precios relativamente asequibles (a tres y cinco euros).
Los relatos contenidos en este volumen (cortesía de esta página) son:
Bello… Bello… Bello, Stuart Friedman
Cuando la perfección y la belleza reinan en el planeta ¿no habrá quien busque la fealdad?
El Planeta de las Cruces, Piero Prosperi
El mensaje de Cristo quizá ha llegado más lejos de lo que se creía, aunque no necesariamente para bien.
Sentencia de Muerte, William T. Silent
Los nuevos adelantos tecnológicos pueden alterar radicalmente la ejecución de la pena de muerte.
Disparador, Lou Fischer
Una interminable partida de ajedred en la que el protagonista siempre pierde esconde más de lo que parece.
Cómo Perdí la Segunda Guerra Mundial y Contribuí a Rechazar la Invasión Alemana, Gene Wolfe
En la feria mundial se plantea una curiosa carrera de coches entre Alemania e Inglaterra ¿Ganarán los nuevos coches de Hitler o el ingenio de Churchill?
La Flota Vengadora, Fredric Brown
Un ataque a la tierra consigue la unificación del sistema solar y el envío de una flota para vengar el ataque.
El Callejón de la Muerte, Roger Zelazny
En un mundo post apocalíptico un motero sin demasiados escrúpulos realizará, a su pesar, una misión heorica para la que deberá atravesar unos Estados Unidos llenos de peligros.
Un volumen más bien flojo del que se salvan los relatos de Wolfe y de Brown. No es lo habitual, pero lo justo es justo. Si he puesto a caldo a la revista de Asimov también debo hacerlo con este número que no merece mucho la pena. Espero que los demás que he comprado no me salgan rana.
Escuchando: El Asesino Misterioso. Les luthiers.
Extracto:[-]
—Por cierto —respondí—. Nunca estuve en combate, pero habría dado cualquier cosa por haber sido piloto. Iba a preguntarle, Herr… —Goering.
—Herr Goering, ¿en qué cree que variaría el empleo de los aviones si —aunque suene absurdo— la Gran Guerra empezara ahora?
Una cierta luz en sus ojos me indicó que acababa de encontrar un alma gemela.
—Es una buena pregunta —dijo, y por un momento se me quedó mirando con todo el aspecto de un maestro holandés a punto de dar a la respuesta de un alumno favorito toda la atención que merece—. Y le diré una cosa; lo que teníamos entonces no era nada. Cometas con fusiles. Si viniera la guerra ahora… —Hizo una pausa. —Es impensable, por supuesto. —Ja. Hoy la Vaterland, que no pudo conquistar Europa con bayonetas en aquella guerra, conquista todo el mundo con dinero y nuestros cochecitos. Con esas cosas nuestro líder ha derrotado a los enemigos del partido, y toda la industria de Polonia, de Austria, es nuestra. La gente dice «nuestra compañía, nuestro banco», pero ahora las acciones están en Berlín. Todo esto era conocido para mí, como para cualquier persona bien informada; estuve a punto de desviar la conversación luevamente al tema de las nuevas técnicas militares, pero no fue necesario.
—Pero a usted y a mí, amigo mío, ¿qué nos importa? —continuó Goering, con animo súbitamente alegre—. Eso es para los financieros, Nich Warr? ¿Sabe qué haría yo —se golpeó el amplio pecho— cuando viniera la guerra? Construiría Stutzkampfbombers.
—¿Stutzkampfbombers? —¡Cada uno con una bomba! Una sola, ero grande. Aviones veloces… —Se agachó e hizo un gesto de picado con la mano derecha, dejando caer en el último minuto un pastelito de Baviera que se estrelló contra mi zapato—. Aviones veloces. Pondría mis tanques… ¿Conoce los tanques?
—Un poco —respondí, asintiendo con la cabeza.
—En columnas. Los Stutzkampfbombers delante de los tanques, las tropas de asalto detrás. Tanques rápidos también, no muy acorazados pero rápidos, con cañones grandes.
—Brillante… Una guerra relámpago. —Ja, Blitzkrieg. Escuche, amigo mío. Ahora debemos ir junto a nuestro Führer, pero aquí hay alguien a quien debería conocer. A usted le gustan los tanques; este hombre es su creador, estuvo en la marina aquí durante la guerra y, cuando el ejército no quiso hacerlo, él lo hizo con la marina y dijeron a los periódicos que estaban haciendo tanques de agua. Se usa aún ese nombre tonto, y cuando se está fuera se habla de cubiertas a causa de él. Está allí. —Indicó con el dedo el enorme pabellón donde el Reichschancellor pronto mostraría el «Coche del Pueblo» a un encantado público británico.
Le dije que me sería imposible llegar, estaba todo lleno ya y la gente se agolpaba de veinte en fondo.
—Observe. Con Hermann, entrará. Venga conmigo y ponga cara de ser de algún periódico.
Seguí dócilmente al voluminoso y rubio alemán que se metía como un ariete entre la gente, tanto por su corpulencia y volumen de voz como por su imponente uniforme. A la puerta, la guardia (con lederhosen) le saludó y no hizo ningún esfuerzo por impedir mi entrada.
Enseguida me encontré en un inmenso salón, obra del mismo genio alemán de la ingeniería que había asombrado al mundo recientemente con la Autobahn. Una bóveda metálica brillante como un espejo reflejaba con reluciente distorsión todos los detalles de abajo. Allí se veía el suelo enlosado, con baldosas de casi treinta centímetros de lado, que formaban una enorme imagen del cochecito que daría preeminencia a la industria alemana en medio mundo. Con un arte no menos impresionante que la riqueza y poder que habían permitido erigir este gran edificio en el real de la exposición en cuestión de semanas, se podía ver la cara del conductor del automóvil a través del parabrisas; no con claridad, sino borrosamente, como se verían en la realidad los rasgos de un conductor a punto de atrepellar al observador; era, por supuesto, el rostro de Herr Hitler.
A un extremo del edificio, sobre una plataforma, estaban sentados los «clientes», los notables de la sociedad y la política cuidadosamente escogidos que tendrían la fortuna de presenciar una demostración del «Coche del Pueblo» especialmente para ellos, por el conductor de la nación alemana en persona, nada menos. A la derecha, en una plataforma más baja, estaban los representantes de la prensa, identificables por sus cámaras y cuadernos y su vestimenta llamativa, a veces algo ajada. Hacia ese grupo me condujo audazmente Herr Goering; pronto identifiqué (creo que podría decir sin faltar a la verdad «antes de la mitad de camino») al hombre que mencionara cuando estábamos fuera. Estaba sentado en la última fila, pero Parecía estar a más altura que los demás; tenía el mentón apoyado en las manos, cruzadas sobre el pomo de su bastón. Su interesante rostro, ancho y rubicundo, tenía a la vez algo de niño y de bulldog. Daba impresión de inocencia, de incontaminado gozo de vivir, junto con ese valor para el cual la rendición no es, en el sentido normal en la conversación, «impensable», sino que no se piensa jamás. Su ropa era de precio y usada, de modo que podría haber imaginado que era un valet si no le hubiera sentado tan perfectamente; además, algo en él impedía pensar que hubiera sido sirviente de nadie a excepción, quizás, del Rey.
—Herr Churchill —dijo Goering—, le he traído a un amigo.
Levantó la cabeza del bastón y me miró con agudos ojos azules.
—¿Suyo —preguntó— o mío?
—Es bastante grande para que lo compartamos —replicó Goering con soltura—. Pero por ahora le dejo con usted.
El hombre a la izquierda de Churchill se apartó y yo me senté.
—Usted no es ni periodista ni chulo —tronó Churchill—. No es periodista, porque los conozco a todos, y los chulos todos parecen conocerme a mí, o así dicen. Pero puesto que nunca he visto que a ese hombre le guste nadie que no pertenezca a la segunda clase, ni sea cortés con nadie excepto los primeros, me veo obligado a preguntarle cómo diablos lo consiguió.
Empecé a describir nuestro juego, pero fui interrumpido al cabo de unos cinco minutos por el hombre sentado delante de mí, que sin mirar me tocó con el codo y dijo:
—Aquí llega.
El Reichschancellor había entrado en el edificio y, entre filas de Sturmsachbear-beiters (como se denominaba a la escogida fuerza de ventas), cominaba rígida y rápidamente hacia el centro del salón; desde un balcón a quince metros de altura, una banda atacó el Deutschland, Deutschland über alles con suficiente brio para echar al local abajo.
12 comentarios
La verdad, no conozco nada de lo que aparece aquí. Sin duda es mi ignorancia. De todos modos le fragmento tiene su aquél. I.
Supongo que sólo son conocidos entre los aficionados a la ciencia ficción.
A mí me da que este tipo de fascículos literarios nunca han sido el objetivo final de ningún escritor que pretenda ser leído y, a la vez, respetado. No sé, pero hay algo en ellos que no me convence. Destilan un, digamos, mercenarismo literario que a mi me los hace de dificil acceso: imagino que el que ahí escribe lo hace con el afán de publicar líneas y más líneas teniendo en mente el precio que le han de pagar por cada una de ellas. Robert Howard, creador del bárbaro Conan, así lo hacía. E Isaac Asimov también. Por suerte, H.P. Lovecraft supo salvaguardar su dignidad literaria de presunto lord inglés y a lo que se dedicó, más que a escribir para revistas pulp en las que otros de sus colegas de sueños y horrores sí escribieron, fue a revisar y corregir a inútiles literarios.
No obstante he de reconocer que son una buena fuente de ideas.
Joan Carles: http://www.lasciateognesperanza.blogspot.com/
En mi opinión Fredric Brown es un fuera de serie. Aún no he leído un cuento suyo flojo (supongo que todo llegará). Quizás mi preferido e
Ven y enloquece.
Leí también una novela negra de Fredric en la colección La cua de Palla que era simplemente genial. Sobre un hombre con que empieza investigando un asesinato y acaba… No me acuerdo ahora el título.
Te envío de nuevo el comentario.
En mi opinión Fredric Brown es un fuera de serie. Aún no he leído un cuento suyo flojo (supongo que todo llegará). Quizás mi preferido sea
Ven y enloquece.
Leí también una novela negra de Fredric en la colección La cua de palla que era simplemente genial. Sobre un hombre, con algunos problemas etílicos, que empieza investigando un asesinato y acaba… Me paro aquí para no desvelar nada.
La revistas literarias probablemente nunca hayan sido el objetivo final de ningún escritor, pero, en su momento, era la forma de introducirse en el mundillo y intentar vivir de la escritura. No creo que haya nada despreciable en ello.
Igual que pasa con los cómics, la publicación de histórias cortas en publicaciones periódicas es una de las mejores formas de saltar a la fama y poder dedicarse a lo que uno realmente quiere.
El propio H.P. Lovecraft publicó 13 relatos entre 1925 y 1931 en revistas con nombres como «Tales of Magic and Mistery» y «Weird Tales».
Por otro lado, el Nueva Dimensión tiene una importancia clave en la difusión de la ciencia ficción en España. No sólo por sus relatos, sino como revista sobre el tema con reseñas litarias, críticas cinematográficas y artículos de ensayo.
O eso creo yo…
Yo desde luego no lo hubiese expresado mejor. 🙂
Encantado de aportar, por una vez, un comentario de carácter literario XD
Y yo encantado de que aportes 🙂
Yo tengo catalogados en mi web unos 60 o 70 ejemplares de Nueva Dimension. Hace unos dias compre el numero 3
Como catálogo en esta página:
http://dreamers.com/libroscf/nd.html
Están todos.
Hola, he encontrado en casa dos ejemplares de nueva dimensión: Nº 42 (Febrero 1973) y Nº 48 (julio, 1973), numero especial de verano. Por si alguien está interesado. Siegfguitarra@hotmail.com