Círculo de Bellas Artes, 2006. 126 páginas.
Selección de la colección de Art Brut de Lausana acompañada de varios artículos muy interesantes que nos cuentan la historia de como Dubuffet empezó a interesarse por este tipo de arte y cómo fue construyendo su colección. Las obras que se incluyen no son muy abundantes pero teniendo los nombres no es difícil buscar en internet más obras.
Muy recomendable.
Aunque Dubuffet emprende varios viajes de prospección por Francia, Suiza y Bélgica a principios de los años sesenta, poco a poco delega esta tarea en algunos de sus colaboradores. Sus emisarios se mantienen alerta, buscan producciones que el azar ha preservado en desvanes y sótanos. Los descubrimientos son a menudo creaciones salvadas in extremis de la desaparición. Por muy fina que sea la intuición del investigador, subestima los descubrimientos potenciales. Los hallazgos de orí brut sobrepasan todas sus expectativas. Día tras día, aparece una cantidad desconcertante de obras y todas revelan mitologías propias, sistemas y valores específicos. No hay ninguna relación entre el modo en que Madge Gilí traza con tinta laberínticas arquitecturas de rostros femeninos y los grandes tiovivos nocturnos de madera de Emile Ratier. No hay el menor parentesco entre los dibujos del monstruoso Rinóçèróse y su compañero de pesadilla, el Ipótáme, dibujados por Gastón Duf, y el vestido de novia que Marguerite Sir confeccionó meticulosamente con hilos extraídos de sus sábanas para un día de boda imaginario; o entre las siluetas anónimas de Cario, desperdigadas sobre la hoja con escalas y enfoques diferentes, y los follajes en tenues redes dibujados con tinta por Laure Pigeon. El medio de expresión de cada autor es original, la escritura y la elección de los materiales son singulares. El art brut es plural.
No obstante, estos creadores tienen en común un origen a menudo muy humilde y una instrucción muy rudimentaria. Ejercen de bracero, cartero, florista, peluquero, conductora de tranvía o minero. Cada uno sufre de una fractura existencial: la experiencia de la guerra para Cario, la ruptura amorosa para Alo’íse y Laure Pigeon, la muerte de un prójimo para Madge Gilí, la obligación del exilio para Eugenio Santoro o Nek Chand. Nunca se sobrepusieron y se convirtieron en perpetuos exiliados interiores. Algunos están internos, a menudo de por vida, en asilos o en instituciones médicas, mientras otros intentan sobrellevar una difícil existencia social. Solitarios, inadaptados, excluidos, sólo ven una salida: la creación de un mundo imaginario donde nadie pueda alcanzarlos.
Por eso no resulta sorprendente encontrar entre los autores de orí brut recientemente descubiertos a personas como Lesage, Tripier o Gilí que pretenden ser espiritistas, visionarios guiados por una fuerza divina o una voz del más allá que confiere una dimensión espiritual a sus trabajos, recuperando así los valores sagrados de la obra de arte. Tampoco es de extrañar que entre estos creadores haya mujeres que se adueñan de trabajos que simbolizan su sometimiento, como el punto, el bordado o el ganchillo. Estas técnicas se convierten en los instrumentos de una contraofensiva que se manifiesta en forma de labores mágicas con aire de rebelión. Ciertos casos muy singulares entran así a formar parte de las colecciones de art brut-, pintores y dibujantes, escultores y mañosos, costureras y bordadoras, constructores de lugares y de universos estatuarios, escritores y poetas.
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