Blackie books, 2019. 174 páginas.
La premisa del libro es muy sencilla: niños mandando preguntas de indiscutible tono filosófico (¿Es interesante morirse? ¿Por qué existe el dinero? Cuando hablo ¿Es mi cuerpo o mi alma quien habla?) porque ser niño no quiere decir ser estúpido. Y el autor va contestando mitad en broma, mitad en serio, siempre con una buena cantidad de imaginación y sentido del humor.
Se lee en un suspiro y aunque no está mal y alguna de las anécdotas de Ungerer son muy sabrosas, en general no pasa de entretenido.
Se deja leer.
¿Puede tener sus ventajas ser pobre?
Ysé, 8 años
Mi padre murió cuando yo era muy pequeño, y su muerte nos hundió en una espantosa ruina. Nos convertimos en indigentes. Recuerdo, por ejemplo, como el profesor de inglés de mi hermano le dio un par de zapatos decentes para que pudiera ir a la escuela.
Me acuerdo también de mis propios zapatos, que se me habían quedado pequeños. Les recorté unas aberturas en las punteras de modo que mi dedo gordo sobresaliera por ellas y después lo pintaba de negro para que no se viese. No resultaban muy prácticos para jugar al fútbol, sobre todo porque no temamos balón y en su lugar usábamos latas de conservas. La pobreza enseña a hacer de la necesidad virtud, y el reto se convierte en un estímulo.
Por suerte teníamos un jardín grande en el que germinaba nuestra subsistencia y gracias al cual nunca pasamos hambre, ni siquiera durante la guerra.
La pobreza es también humillación y vergüenza. Al empezar el curso, comparaba mis prendas usadas con los trajes nuevos de los demás alumnos… También recuerdo que no tenía dinero para comprar el nuevo manual de literatura. Así que me
las arreglaba con el viejo libro de texto de mi hermano, una obra notable por cierto. Y el profesor de francés se reía de mí delante de toda la clase: «¡Hombre, otra vez usted con su viejo libraco!». Me lo decía siempre.
La indigencia te enseña para el resto de tu vida a apreciarlo todo, a horrorizarte ante el despilfarro, a mantener una cierta sobriedad en tus necesidades, a respetar el dinero y la comida, al contrario de esos glotones que, después de unos íntermina-
bles postres, cuando han acabado de engullir, se quejan de que han comido demasiado.. ¡Todavía me acuerdo de la chaqueta Harns Tweed que me compré con el primer dinero que gané! Ser pobre es saberse inferior y luchar por acceder a un nivel superior.
Tiempo después, a mis veinticinco años, desembarqué en Nueva York con sesenta dólares en el bolsillo y un decidido espíritu de conquista. ¡Quería poner la ciudad a mis pies! Y es que, en último término, la necesidad transmite una insolencia que es fruto de la desesperación, algo que no es incompatible con la gratitud, porque jamás olvidas después los gestos de generosidad de quienes te ayudaron a salir de la pobreza.
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