Tomás Salvador. La nave.

septiembre 30, 2020

Tomás Salvador, La nave

Una nave surca el espacio como si fuera un arca de Noé en busca de un nuevo planeta para colonizar. Pero las generaciones han ido pasando y el propósito original es ignorado por las nuevas generaciones, que creen que sólo existe ese mundo. El cuidador del libro irá descubriendo la verdad y solucionando, de paso, el enfrentamiento entre las dos razas que conviven en la nave.

Pionera de la ciencia ficción en España, escrita en unos años 50 en los que no había ningún tipo de tradición del género, aprueba con nota con un tema que hoy nos resulta ya clásico. Novela entretenida, bien estructurada en sus partes, incluyendo una tercera que son cantos épicos al estilo de la eneida.

Leída hoy, con tanta ciencia ficción a nuestras espaldas, resulta un poco ingenua. Tengamos en cuenta que mientras el autor escribía esto en EEUU Asimov estaba escribiendo su serie de la fundación. Pero eso no le quita méritos a un primer intento de adentrarse en el género más que digno.

Recomendable.

Me acerco por quinta vez al Libro y escribo. Han transcurrido ocho sueños, y durante los mismos he deambulado por la Nave, desde las terrazas superiores a las rampas que descienden a las tinieblas centrales donde viven los albinos. De hecho, he estado más cerca de ellos que otro hombre alguno de mi generación y de mi clase. Los guardianes me advertían el peligro, y por las últimas rampas y planos me acompañaban. Sin embargo, no llegué, ni con mucho, a penetrar en las cavernas malditas. Encontré a mi paso algunos individuos de la raza maldita, blancos, de aspecto repugnante, cabellos largos y lacios, vestidos negros y pies descalzos. Al pasar nosotros se volvían de espaldas, de cara a la pared, como es Ley. Sumisos, serviles, no me parecieron particularmente peligrosos. Dicen los guardianes que a medida que se adentran en la masa central e inferior de la Nave se vuelven más numerosos e insolentes. Viven, o pueden vivir, en la oscuridad. Me dicen que sus mujeres son muy bellas, especialmente cuando son jóvenes. Si se marchitan después, debe de ser por su vida disoluta y animal. No he seguido el tema, porque, como hombre obligado a no tener descendencia, no me interesa. He notado que crece el peso y en seguida se cansa el que se atreve a subir y bajar las innumerables escaleras metálicas. El aire es pesado y se reemplaza mal. Hay pocas luces, y en algunos puntos ninguna, de modo que a veces se dobla una esquina sin haber esquina, o no se dobla habiéndola… Es necesario caminar cautamente, tratando de adivinar dónde se ponen las plantas. El vibrar característico de la Nave se percibe más intensamente. Se siente un poderoso corazón latiendo cerca. Se comprende mejor a los que dicen que la Nave es un cuerpo vivo y que nosotros somos sus parásitos. Un vago rumor de gritos, choques y llantos trasciende en los huecos de algunos montacargas, que desde hace generaciones no funcionan. Es feo y triste todo, pero con cierta grandeza.
Cuando volví a la cámara de Ajedrez, a la terraza llamada de Sem-Faro, estaba en buenas condiciones para apreciar el cambio. La soledad y la tristeza de aquellas encrucijadas y cámaras desiertas era un puro contraste ante nuestros reducidos y aprovechados espacios; tenemos más luz, más calor, más aire; pero , tenemos menos lugar. La terraza se me antojó ridículamente pequeña, pese a que las líneas curvas aumentaban su perspectiva. Y nuestros hombres, los orgullosos miembros de la raza kros, negros, de cabello crespo y fuerte, dientes apretados y nariz prominente, me parecían indiferentes y ausentes, silenciosos y apagados. Traté de fijarme en las mujeres; pese a ser terraza mixta, únicamente había tres, las cuales se diferenciaban muy poco de los hombres. No vi niños.
Estoy hablando de todo eso, aquí, en el Libro. Porque intenté hablar a mi amigo Rein y me miró, asombrado. No comprende nada; no tiene ninguna curiosidad. Y la curiosidad fue lo que me empujó a mí al interior de la Nave. Buscaba las huellas de los que estuvieron antes que nosotros; buscaba una señal, un método, una fórmula que me permitiera comprender mejor. ¿Lo he encontrado? No lo creo. Conservo en la cabeza una extraña mezcla de olores pesados, aire sofocante y oscuridades llenas de misterios. Pero no he visto nada que me ayude.
Seguramente me sucede que nada puedo ver porque no es lo que quiero ver. He bajado a las capas inferiores con los ojos que llevaría mi amigo Rein, si fuese capaz de sentir curiosidad. Es natural que la curiosidad sola no baste. Sin embargo, tengo la sensación de que todo sería más fácil si nos acuciara a todos de la misma forma.
Debo anotar y anoto que el polvo espacial sigue rodeando intensamente a la Nave. Aunque la enfermedad que padecemos todos nos impide acercarnos a los ventanales, el polvo es como una blanca sembradura que nos sale al paso. ¿Sale al paso? Si bien algunos dicen que la Nave marcha a una tremenda velocidad por el espacio, no menos cierto es que otros aseguran que estamos quietos, varados en la Nada absoluta. Son problemas técnicos que no puedo resolver. La enfermedad a que antes aludía es el vértigo, palabra muy vieja, lo que indica que nuestra impotencia para ver de cerca la negrura del espacio es congénita.

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