Aunque hay expertos que discrepan, podemos afirmar que fue Tirso de Molina quien introdujo en la literatura el personaje de Don Juan. Sólo me sonaba otra obra suya, El condenado por desconfiado, y hasta dónde llegaba mi ignorancia que no sabía de ninguna otra y la wikipedia viene a desasnarme; más de 35 obras y para los curiosos casi todas disponibles en nuestra biblioteca de descargas: Descargar libros de Tirso de Molina.
La que traigo aquí forma parte de la trilogía de los Pizarros -las trilogías no son un invento de Hollywood-, concretamente la última. El protagonista, llamado Fernando, supongo que se referirá a Hernando Pizarro, hermano del más famoso Francisco. Comienza en una corrida de toros donde Fernando se destaca en el arte del toreo y rescatando a una bella dama de un incendio. La envidia de un pretendiente le llevará a retarle a un duelo, que será sólo el comienzo de una serie de aventuras en Perú y en España.
La envidia impregna toda la obra, para eso está en el título. Envidias de amores, de poder, intrigas palaciegas. Supongo que se mantiene fiel a la historia -un vistazo superficial a la Wikipedia parece confirmarlo- pero con sus licencias poéticas -algo que tampoco es invento de ahora.
Tiene versos muy bellos, pero en general me ha aburrido bastante. Tendrá su valor como clásico, no lo discuto, y los expertos me tirarán piedras a la cabeza. Pero como lector de a pie me ha resultado bastante insufrible. Si alguien se anima me cuenta.
Un trozo singular:
CASTILLO: ¿Bodas de futuro? ¡Malo!
Con celos me desatinas.
¿Estás intacta?
GUAICA: No entiendo.
CASTILLO: ¿Si estás ilesa, incorrupta,
o el consonante de fruta
te meretriza?
GUAICA: Pudiendo
hablarme claro, ¿por qué
vocablos oscuros usas?
CASTILLO: Han dado en esto las musas
castellanas.
GUAICA: Ya yo sé
tu lengua, porque serví
a un español más de un año.
CASTILLO: ¿Uno y doncella? Es engaño.
GUAICA: Mi honestidad defendí,
bien que mi dueño intentó,
con regalos y ternezas,
obligarme a sus finezas.
CASTILLO: Si un año te finezó,
serás racimo en la parra,
que aunque a la apariencia sano,
llega el tordo y pica un grano;
llega el paje y otro agarra;
y el matrimonio espantajo,
por más que en su guarda vele,
de puro picado, suele
hallar sólo el escobajo;
que entre melindres ariscos
dicen que dispensan miedos
mordiscones de los dedos
que llama el vulgo pellizcos.
Consiénteme, si a tu amante
redimes la vejación,
que siendo yo el postillón
corra la posta delante;
que en negando a pies juntillas
degollación ha de haber.
Otro de mejor factura:
¿Pizarro y traidor? Alcaide,
mas fácil será que crea
que el sol retrocede líneas,
que el cielo desclava estrellas,
que el mar permite pisarse,
que su inmensidad se seca,
que sus profundos se habitan,
que son flores sus arenas.
4 comentarios
Ha sido un placer este recuerdo a Tirso de Molina, que siempre ha quedado algo relegado en la historia del teatro español entre Calderón y Lope.
Un saludo.
Pues al menos ya te sonaba uno de Tirso, yo no sé si habría dicho alguno… 🙂 De todas maneras, no sé si me atreveré algún día a leerme algo de él, ya el retazo que has expuesto… (también es verdad que leer diálogos en plan verso no es de mi agrado)
Un saludo,
karuna
Si, aunque es una pena que el recuerdo no haya sido con alguna de sus mejores obras.
Karuna, te recomiendo El burlador de Sevilla, el origen de Don Juan.
Gracias Palimp, desde luego lo tendré en cuenta 😉