Una colección de 63 minibiografías de mujeres lesbianas que destacaron por alguna razón y que llevaron como pudieron su sexualidad en épocas más oscuras. Muchas de ellas pioneras valientes a las que hay que visibilizar para poner en valor su experiencia vital.
Muy interesante.
Nació en San Sebastián en 1592. A la edad de 4 años su madre y su padre la internaron en el convento de monjas dominicas San Sebastián el Antiguo, de donde se escapó a los quince. Estuvo escondida en las afueras del convento durante tres días, en los que se dedicó a cambiar su imagen: se cortó el pelo y transformó los hábitos que llevaba en ropas de hombre.
Después de servir durante tres años a varios señores con el falso nombre de Francisco de Loyola, Catalina decidió embarcarse de grumete y viajar a las Indias. Se hizo pasar por castrado y adoptó el nombre de Alonso Díaz Ramírez de Guzmán. En Colombia abandonó la vida marinera y trabajó como mancebo de un comerciante, con el cual partió hacia Trujillo, Perú.
Allí tuvo el primero de sus muchos problemas con la justicia al matar a un hombre en duelo. Huyó entonces a Lima y comenzó a trabajar como criado al servicio de un rico mercader, aunque tampoco este oficio le duraría mucho por «jugar y triscar» con una de las cuñadas de su jefe.
A consecuencia de este incidente, Catalina huyó y partió hacia Chile, donde se encontró con su hermano Miguel, aunque este no la reconoció y la empleó en el servicio de su casa. Allí estuvo casi tres años hasta que, de nuevo por un lío de faldas (Catalina flirteaba con su cuñada), fue despedida.
En Perú, en 1619, se alistó como soldado al servicio de la corona y se ganó la fama de ser valiente y hábil con las armas. Con estos méritos alcanzó el grado de alférez. Sus aventuras corrían de boca en boca por toda Europa, pero su secreto permanecía a salvo a pesar de las numero sas y violentas heridas que fue recibiendo en las batallas y sobre todo a pesar de que para curarse tenía que desvestirse.
En 1623 la monja soldado fue detenida en Perú a causa de una disputa en la que mató a varios hombres. Para evitar ser juzgada pidió clemencia al obispo, Agustín de Carvajal, al que le confesó que era una mujer y que había sido monja.Tras un examen por parte de un conjunto de matronas, se determinó que se trataba de una mujer y además virgen. La noticia corrió como la pólvora y todo el mundo quería verla. El obispo la protegió y se presentó ante el rey Felipe IV para que premiase sus servicios a la i orona. Este no solo la recibió con graneles honores, sino que le mantuvo su graduación militar, le concedió el título de «monja alférez», le permitió emplear su nombre masculino y le asignó una pensión vitalicia.
Catalina también visitó en Roma al mismísimo papa Urbano VIII. El pontífice debió de quedar maravillado porque la autorizó a continuar vistiendo de hombre y a seguir con sus aventuras, bajo juramento de llevar una vida honesta y sin ofender al prójimo.
Y así, en 1630 Catalina zarpó por segunda y última vez hacia América, ‘.e instaló en México con el nombre de Antonio de Erauso, a pesar de i|iie se sabía que era una mujer, y regentó un negocio de transporte i le mercancías. Murió en 1650 y se le hizo un suntuoso entierro.
Catalina escribió antes de dejar España sus propias memorias, aunque no se sabe a ciencia cierta si las redactó ella. El manuscrito se encuentra en el Archivo de Indias en Sevilla y se titula El memorial de los méritos v servicios del alférez Erauso. Existen pruebas sobradas que demuestran que Catalina existió y que lo que se narra sucedió de verdad.
Desde pequeña quiso ser actriz, pero a la familia paterna no le parecía «ni católico ni bien visto», así que se resignó y se dedicó al dibujo y a la pintura. En la Escuela de Bellas Artes de San Fernando conoció a Rosa Chacel y tuvo compañeros tan ilustres como Salvador Dalí. Con la técnica del batik cosechó importantes premios tanto a nivel nacional como en el exterior y representó a España en la Gran Exposición de Artes Decorativas de París de 1925.
En 1926, mujeres intelectuales y artistas fundaron el Lyceum Club do Madrid, un centro cultural inspirado en los lyceum de París y Londres, destinado a defender la igualdad y la plena incorporación de la mujer a la educación y al trabajo. Fue la primera organización femenina laica dedicada a las artes, y ni su ideología ni sus actividades gustaron a los conservadores de la época, que reclamaron a la prensa la «reclusión [de las asociadas] como locas o criminales». Victorina fue una de las socias del Lyceum Club y sus batiks formaron parte de la primera exposición que se organizó.También fue la primera mujer en conseguir la cátedra de Indumentaria y Arte Escenográfico del Conservatorio Nacional de Madrid (1929).
En el Lyceum Club conoció a Margarita Xirgu, una de las grandes actrices del momento, con la que entabló una gran amistad. A través de la Xirgu conoció a Rivas Chérif y a Lorca, pioneros en la dirección teatral de principios del siglo XX. Victorina se unió al equipo, encargándose de los decorados y los figurines. Se sabe que, en los entreactos, Victorina se escapaba para estar con la actriz, volviendo en cuanto Margarita salía de nuevo a escena.
En esa época además tenía una sección en el diario La Voz, de Madrid, titulada «Escenografía y vestuario», en la que exponía toda una teoría propia del espacio dramático. Su trabajo supuso una auténtica revolución de la perspectiva escenográfica.
Con Lorca tuvo una relación corta y marcada por la complicidad de una sexualidad diferente. El poeta le contó que, cuando fuera un autor teatral consagrado, escribiría un drama realista denunciando la discriminación homosexual. Lo que no fue posible, al morir fusilado poco
Argentina, que tenía miedo de que le pasara lo mismo que a Lorca. En el
I exilio pintó escenografías y figurines y fue directora artística de los teatros Colón y Cervantes. También pintó y expuso en Uruguay, Brasil, Chile, Alemania, Francia, etc.
Regresó en 1949 para trabajar con Salvador Dalí en el Don Juan Tenorio que dirigió Luis Escobar en el Teatro Nacional. Desde ese momento viajó a menudo a París y a Madrid, hasta que en los años ochenta volvió definitivamente a España.
Victorina también escribió. Es autora de varias obras inéditas, entre las que destacan sus memorias Sucedió y Así es. En esta última narra alguna de sus aventuras lésbicas; tiene un capítulo dedicado a «una actriz», a la que no menciona (utiliza un nombre en clave), aunque el entorno nos lleva a Margarita Xirgu. Dedica ese capítulo a «todas las actrices que renunciaron a su relación íntima con el hombre. Tuvieron y tienen «amigas» y viven amores que nunca conocieron con ellos». Victorina reconoce al final que su historia con Margarita fue un amor nunca consumado, ya que «no hubo entrega ni posesión». En el manuscrito faltan páginas dedicadas a «otra actriz», pero en la introducción confiesa que «ha vestido a muchas mujeres… pero desnudado a pocas».
Con sus memorias se puede reconstruir el Círculo Sáfico de Madrid, con su década dorada desde la fundación del Lyceum Club hasta que estalló la Guerra Civil. Un lugar de encuentro y tertulia donde se reunirían mujeres como Carmen Conde, Irene Polo o Lucía Sánchez Saornil. Mujeres rebeldes, feministas y transgresoras, como Victorina Durán, que se atrevió a vivir abiertamente su lesbianismo en el contexto de una España rancia e intolerante.
Murió en 1994. En su epitafio se puede leer:
No sé si habré dejado de amar por haber muerto o habré muerto por haber dejado de amar.
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