Terry Pratchett. Sólo tú puedes salvar a la Humanidad.

junio 6, 2007

Alfaguara, 1994. 180 páginas.
Tit. Or. Only you can save the mankind. Trad. Miguel Martínez-Lage

Terry Pratchett, Solo tu puedes salvar a la humanidad
No mates al marciano

Las obras de Pratchett no se limitan al Mundo Disco. Además de unas cuantas obras en colaboración, como Buenos Presagios, que ya comentamos aquí, tiene escritas unas cuantas dirigidas al público juvenil. La más famosa es, quizá, la trilogía del éxodo de los Gnomos, pero tiene otras que iremos viendo en estas páginas.

Johnny tiene un nuevo juego de ordenador: Sólo tú puedes salvar a la humanidad. Para conseguir el objetivo hay que destruir el mayor número de naves ScreeWees posibles. Pero algo raro pasa en el juego, porque en la pantalla aparece un mensaje: Nos rendimos. No queremos más guerras. Johnny deberá convertirse en el salvador de la flota y protegerlos de los ataques de otros jugadores.

La idea de partida es original ¿Cómo se puede vencer a un enemigo que tiene vidas infinitas (como dice la capitana de las tropas ScreeWees: Son muy pocos, pero siempre vuelven a la carga)? Quizá el luchar con honor y morir gloriosamente no sea la respuesta y la única manera de salvar a su gente sea la rendición.

Aún así, en comparación con otros libros del autor, es bastante flojo. No es excusa que esté dirigido a un público juvenil, otros hay que pueden ser leídos por adultos y son disfrutados igual. Sólo para fans de Pratchett o para picar con el gusanillo de la lectura a sus hijos.

Actualización: Este videoclip puede ilustrar el antibelicismo del libro:

Escuchando: Never Gonna Let You Go. Delores Hall.


Extracto:[-]

La Capitana se recostó en su sillón, en el enorme, sombrío puente de mando. Tenía unas manchas amarillentas bajo los ojos, debidas seguramente a la falta de sueño que arrastraba desde hacía tiempo. Quedaban tantas cosas por hacer… La mitad de los cazas habían sufrido graves daños y los cruceros no estaban en buenas condiciones; por otra parte, apenas quedaba sitio y, con toda seguridad, no había alimentos suficientes para todos los supervivientes que fueron recogidos a bordo.

Levantó la mirada y se encontró con el oficial de artillería.

—No me parece una jugada muy sabia —dijo.

—Pero es la única que podía hacer —repuso la Capitana con cautela.

—¡No! ¡Es preciso que demos la cara y que sigamos luchando!
—Terminaríamos todos muertos —dijo la Capi-

tana—. Plantamos cara, luchamos y morimos. Así ha sido hasta la fecha.

—¡Pero morimos gloriosamente, como héroes!

—En esa frase que acaba de decir hay una palabra muy importante —dijo la Capitana— Y no es precisamente «gloriosamente», ni tampoco «héroes».

El oficial de artillería se puso verde de rabia.

—¡Ha atacado a cientos de nuestras naves!

—Y ahora ha dejado de hacerlo.

—De todos los demás, ninguno ha dejado de hacerlo —dijo el oficial de artillería—. ¡Son humanos! Y no es posible fiarse de un ser humano. Disparan contra todo lo que se les pone por delante.

La Capitana apoyó el hocico sobre una mano.

—Pero éste no actúa así —dijo—. Ha escuchado nuestro mensaje, ha hablado con nosotros. Ninguno había hecho eso antes. Es posible que éste sea el Esperado…, el Elegido, quiero decir.

El oficial de artillería plantó las dos manos superiores sobre la mesa y la miró furibundo.

—Bien —dijo—, he hablado con los demás oficiales. Yo no creo en las leyendas. Cuando se comprenda en toda su magnitud lo que acaba usted de hacer, le será retirado el mando de la flota.

Ella volvió hacia él unos ojos claramente cansados.

—Muy bien —dijo—. Pero por el momento sigo siendo la Capitana, sigo siendo la responsable de la flota, ¿lo entiende usted? ¿Tiene usted al menos una remota idea de lo que eso significa? ¡Márchese y déjeme en paz!

No le agradó la orden, pero no podía desobedecer. «Puedo ordenar que lo fusilen —pensó la Capitana—. Y no sería mala idea; así nos ahorraremos complicaciones que puedan surgir más adelante. Lo apuntaré en la lista de cosas por hacer; será el n.° 235 de los asuntos pendientes.»

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