Minúscula, 2015. 164 páginas. Trad. Paula Kuffer. Incluye los siguientes cuentos: El amante demoníaco La bruja Después de usted, mi querido Alphonse Charles Siete tipos de ambigüedad La muela La lotería De los cuales el más famoso es, sin duda, La lotería, que provocó una reacción tremenda entre los lectores del New Yorker. Se incluye un epílogo en el que la autora explica un poco lo que sucedió junto con extractos de algunas cartas que recibió. Nada que nos sorprenda hoy en día, que las redes sociales nos dan el mismo material todos los días, pero que en su momento causó una gran impresión. No es mi preferido, sin embargo. Siete tipos de ambigüedad , un cuento sencillo donde todo pasa bajo la superficie me ha encantado, y La muela, con ese aire alucinado de cuento maravilloso es increíblemente moderno. Muy bueno. Ser escritor de ficción es de lo más agradable por varias razones; una de las más destacadas, por supuesto, es que puedes persuadir a la gente de que se trata de un trabajo de verdad, si tienes un aspecto lo bastante demacrado. Pero quizá una de las cosas más prácticas de ser escritor de ficción es que no…
Minúscula, 2012. 222 páginas. Tit. Or. We have always lives in the castle. Trad. Paula Kuffer. La autora me venía muy recomendada, y con razón. En una casa viven los supervivientes de una tragedia familiar, un envenenamiento por arsénico -nunca aclarado. Las relaciones tensas con la gente del pueblo, el enfermizo ambiente de aislamiento, la ruptura del mismo por parte de un primo lejano con malas intenciones… todo provoca desasosiego en el lector. Incluyendo el desenlace, un final feliz de cuento pervertido. Lo mejor es lo que no se cuenta, lo que se intuye a través de lo que se muestra. Muchas de las claves se adivinan, pero la autora va desplegando sus trampas emocionales con increíble destreza. Contado desde el punto de vista de una hermana, a uno le gustaría echar un vistazo dentro de la cabeza de la otra. Demoledor como el fin de la autora, que murió de un ataque al corazón, posiblemente víctima de sus propias adicciones. No pueden entrar, acostumbraba a decirme una y otra vez, tumbada a oscuras en mi habitación con la sombra de los árboles dibujándose en el techo, ya nunca más podrán entrar; el sendero está cerrado para siempre. A veces…