Candaya, 2013. 172 páginas. Féliz y Rose caminan y hablan por las calles de una ciudad que una percibe como una climatología y otro como una cartografía precisa. Ella es actriz y tiene que preparar un ejercicio en el que debe buscar la experiencia dramática. Tiene un marido que se ha ido apartando del contacto con la gente. Él no tiene esposa pero finge que la tiene. Caminan hablando y pensando sin rumbo fijo, una vez a la semana. Cuando no entras, no entras. Y no es que el libro carezca de atractivos. El ambiente irreal, las relaciones entre los protagonistas basadas en un intercambio de pareceres inertes. Lo que no se cuenta pero se adivina, los momentos poéticos. Pero hay tan poca sustancia narrativa que cuesta avanzar entre el bosque de palabras. No es que yo sea un lector que quiera trama, es que los soliloquios mentales me dan mucha pereza de leer. Dejo aquí un par de reseñas: La experiencia dramática, de Sergio Chejfec y La experiencia dramática (Sergio Chejfec) donde ha gustado más que a mí. También, como a Portnoy, me ha resultado curioso que al marido de Rose se le llame en tres o cuatro ocasiones…