Alfaguara, 2014. 456 páginas. Recopilación de todos los cuentos de Rodrigo Rey Rosa, aparecidos en seis libros diferentes y que incluye algunos dispersos por ahí. Confieso que me costó entrar en los primeros, no por la calidad del lenguaje, sino por el armazón de los mismos. Historias que lindan con lo onírico, que siguen la lógica estricta pero absurda de los sueños. Al final ya me fue convenciendo más y es posiblemente el último de mis preferidos, un profesor que tiene un momento de felicidad en su vida triste y gris sin saber que la violencia acecha en cada esquina. Hay mucha en estas páginas. Sin embargo, a pesar de que en muchas historias la atmósfera está muy bien conseguida, hay imágenes poderosas y la escritura es de alto nivel, no podía quitarme de encima la sensación de que podrían haber sido mucho mejores, de que hay pequeños traspiés de ritmo, o de situaciones. Por ejemplo, el final del último relato, siendo potente me parece que no acaba de encajar con el resto. Pero en general me han gustado, con esa similitud con la vida donde las cosas aparecen por sorpresa, nada parece tener sentido y la violencia está de…
Seix-Barral, 1999. 159 páginas. Relato sobre las relaciones entre un pastor adolescente árabe y un colombiano que está de visita en el chalet de una amiga. Una prosa exquisita, delicada y somnolienta como el efecto del kif y una historia tenue. Pero personalmente no conseguí entrar en tan sugestivo mundo. Una reseña buena: La orilla africana. Había comenzado a fumar kif desde pequeño. Su abuela Fátima, que procuró quitarle el hábito por todos los medios, llegó al extremo de rociar un poco de orina sobre el polvo de hierba, pero el procedimiento mágico no había surtido efecto. Hamid, el ya difunto padre del niño, había reído el día que Fátima le contó que había sorprendido a Hamsa en más de una ocasión cuando, mientras él dormía, tomaba una pizca de kif de la vejiga de carnero donde lo guardaba. —De tal palo —dijo— tal astilla. Hamsa seguía fumando kif todos los días, mientras cuidaba las ovejas de Si Mohamed M’rabati, que poseía muchísimas y se complacía en saber que pastaban en las laderas de Agía, que están entre Tánger y el cabo Espartel. Sentado en una roca plana mirando al mar en la boca del Estrecho, tocaba una lira para…