AMG editor, 1999. 62 páginas. Premio Café Bretón no está mal escrito, pero el retrato del escritor canalla ha envejecido pésimamente y las viñetas, aforismos, reflexiones que componen este cuaderno me han olido a naftalina. Naftalina sangrienta y empapada en whisky y sudor y vómitos. Pero naftalina. El autor se propuso: Un cuaderno de viaje para una vida. Un cuaderno de bitácora (perdón por la cursilada) que me acompañará durante esta travesía incierta, durante este viaje incomprensible y amañado, carente de piedad, de retorno y de esperanza, al que los hombres, por algo hacer, hemos convenido en llamar vida. ¿Un diario? Mi intención era huir del diario al uso porque pienso que utilizando una escritura cotidiana y sistemática se corre el riesgo de amortiguar la ráfaga, el puñetazo, el grito, el gemido, la blasfemia, el adiós, la carcajada, que son, en definitiva, lo que más le interesa a uno fijar aquí, entre los arañazos negros de la prosa. Tampoco son estos Tránsitos, pese a la disposición tipográfica y pese a que de vez en cuando incurro en la tentación del aforismo, un libro de máximas, sentencias o adagios. Uno piensa que el aforismo tiene algo de trampa, de refrán posmoderno,…