No sé dónde leí un elogio de Nick Carter y sus novelas pulp que -según decía quien lo recomendaba- tenía una calidad por encima de lo habitual. Bien, no es verdad. Es una novela de intriga con todos los tópicos del género y alguno más que se me hizo intragable. No pongo enlaces a otras reseñas porque nadie ha tenido narices de leerla. Infumable. Y como estaba fastidiado, había elegido su último día en Nueva York para atornillar un poco las cosas. Nick estaba sentado en la última fila del grupo ruso de la Asamblea General y pensaba en la perversidad del hombre. La cabeza calva se movía muy atareada un poco más abajo, expeliendo bruscas, concisas frases. Que alguien estuviese hablando en la tribuna no tema al parecer para él la menor importancia. El presidente ruso había anunciado que, al final de la sesión de la mañana, intentaría pasear por el jardín de rosas con el secretario general, U Thant. Y lo peor era que se había invitado a los periodistas y fotógrafos. Nick maldijo en voz baja. ¿Por qué diablos Krus-chef no habría esperado a llegar a Rusia y pasear en su propia rosaleda? La sesión había terminado,…
Nick Carter es el pseudónimo de José Mallorquí, que figura en la portada como adaptador de la novela. En aquella época las novelas de ‘a duro’ se presentaban siempre bajo nombres anglosajones, pero las escribían gente de aquí. Lo he leído más que nada por leer algo del padre de mi admirado César Mallorquí, y también por curiosidad. La novela es lo que promete; aventuras policiales con misterios, mujeres atractivas y misteriosas, un detective famoso y con gran habilidad para el disfraz y acción, mucha acción. Lo que más me ha rechinado ha sido la abundancia de ‘mostrose’, ‘girose’, acercose y otros oses que hoy en día suenan arcaicos. Solvente, que no es poco. Jim F. Wallace nanea había oído -hablar del hotel West, y otro tanto le pasaba al chofer del taxi en que subió. Ambos tuvieron que entrar en una tienda para buscar la dirección en el listín telefónico. No era, desde luego, un hotel de primera categoría, y se hallaba a poca distancia del muelle. El detective entró en el sombrío vestíbulo y, sin mover la cabeza, observó a todos los ocupantes del mismo. Eran siete hombres sentados en viejas y polvorientas sillas y enfrascados en la…