Acantilado, 2021. 210 páginas. A mitad de camino entre los hechos y la ficción se mueven estas historias cortas, pequeños relatos que se inspiran en momentos históricos relacionados con las bibliotecas o los libros para imaginar escenas que respiran amor a la lectura. Contadoras de historias del Japón medieval, eruditos árabes que leen libros submarinos, el saqueo de la biblioteca imperial china por las tropas francesa e inglesa, la biblioteca en espiral que visita Clagiostro, y un largo etcétera que, con grandes dosis de lirismo y ecos de Borges, hacen que nos sintamos identificados con todos los lectores que en el mundo han sido. Porque leer nos devuelve a los muertos como si estuvieran vivos, son un puente entre épocas, mensajes que nos transmitimos en una curiosa hermandad que hace que entendamos mejor a un cabrero de hace mil años flechado por el amor a las letras que a la persona que está sentada contigo en el metro. Está, además, lleno de perlas para recordar y enmarcar. Por ejemplo: —No veo ningún libro—comentó Ibn Arabi. —No todos los libros tienen forma de libro —dijo el verde—. Un caracol puede ser un libro, incluso una espina puede serlo. Es el lector…