Malastierras, 2021. 500 páginas. Historia de amor entre Julián, un joven de clase alta que acaba de heredar unas tierras y Lisa, pintora. Se trasladarán a las tierras, se pelearán, el viajará a París, volverá, y siempre con un carácter como paralizado, moviéndose más por los vaivenes de lo que le rodea que por sus propias decisiones. Libraco. Lo tenía todo para no gustarme: un joven sin sangre, víctima de su propia desidia, mangoneado por lo que le rodea. Una historia de amor eterna en la que hay más huidas que encuentros. Un ambiente de clase alta que cada vez me da más sarpullido cuando lo leo. Pero Sara escribe tan bien, en este libro con un lenguaje que me ha recordado mucho al de Di Benedetto, nos mete tanto en la historia, que ha conseguido emocionarme durante buena parte del libro, pese a no haber empatizado nada con el protagonista. Como dice en varios momentos no tenemos control sobre nuestra vida, se tiran los dados y hacemos lo que sale. Los últimos capítulos, brillantes. Muy bueno. Llamé a Lisa que estaba arreglando alguno de los cachivaches que entorpecían nuestros viajes y después encontraban su lugar en el primer cuarto…
Malastierras, 2019. 108 páginas. Nefer vive un día tras otro con apenas la ilusión de ver al mozo del que está enamorada y que no le hace ni caso. Pero en la boda de su prima un trabajador borracho la viola dejándola embarazada y a partir de entonces cargará con una culpa que sin ser suya marcará su destino. Impresionante novela construída con lo que la protagonista no dice, escrita de una manera impecable y con un sentido del ritmo admirable. La historia, además, te da una bofetada en la cara y el final, de una falsa felicidad, te deja el corazón encogido. Me sigue resultando sorprendente que se publiquen traducciones de obras malas y obras maestras como ésta estén escondidas en los rincones del mapa literario. Muy bueno. Porque no se puede volver atrás, el tiempo viene y todo crece, y después de crecer viene la muerte. Pero para atrás no se puede andar. Y el Negro, cuando supiese, cuando allá en el puesto, la Edilia dijera —y vaya si tenía la lengua afilada, y vaya si reiría— y el Negro tal vez sonriese, tal vez hiciera una broma —no, ah no, y era su culpa, era culpa del…