Lava, 2023. 350 páginas. En mitad de una selva devoradora, que funciona como un dios compasivo siempre que su hambre quede saciada, sobrevive una hacienda encerrada en un ciclo cruel de nacimientos y sacrificios. Una anciana, sus dos hijas -una de ellas convertida en perra- un hombre dedicado a fecundar y una serie de niños cuyo destino es y ha sido siempre el mismo. Servir de alimento. Brutal. La ambientación es de una crueldad extrema, con esa selva devoradora e implacable, sedienta de sangre, omnipotente e irracional, que marca el destino de las habitantes de la hacienda. Esa multiplicidad de voces, dolientes, cada cual con su cruz a cuestas, su hambre, sus adicciones, sus secretos y su destino. El lenguaje como bisturí quirúrgico dedicado a hacer cortes en la piel del lector que se atreva a entrar en estas páginas. Páginas que son otra selva que nos exige un sacrificio. El de encontrar el significado de tanta muerte y asfixiarnos en el verde exuberante de una vegetación que crece de la podredumbre y que grita en color rojo su hambre. Buenísimo. No tuvo tiempo. Sintió la patada de Juanquito sobre su pierna y se quebró. Después fueron los gritos. Los…