Alfaguara, 2013. 140 páginas. La recepción de un homenaje al conjunto de su carrera activa la maquinaria de los recuerdos de Javier Mallarino, que dejó la carrera de pintor por la de caricaturista, y que con sus dibujos tenía el poder de hundir o elevar a los personajes públicos. Una lucha contra los abusos de autoridad que, en ocasiones, puede pecar de lo mismo que critica. Nada que objetar a la prosa y construcción de la novela, a la reflexión sobre cómo nos cambia el poder y lo que estamos dispuestos a responsabilizarnos de él. Buena, pero no memorable. «No se sabe todavía. Se sabe que se lo conceden, pero no se sabe adonde la mandan. No va a estar en Bogotá, eso sí es seguro. Pero la vamos a ver más.» «¿Por qué sabes?» «Porque ella me lo dijo. Me dijo que la íbamos a ver más. Me dijo: «Nos vamos a ver más». Me dijo que se sentía sola, que llevaba meses sintiéndose sola. Y también te lo hubiera dicho a ti, si tuvieras un computador.» Pero Mallarino se dio cuenta de que no era un reproche serio: era un juego, un guiño amistoso, un golpe de codo…