Ediciones Cálamo, 2016. 370 páginas. El autor es químico y analiza, rigor en mano, que hay de cierto en la publicidad detrás de alimentos con propiedades milagrosas y productos de estética capaces de hacernos rejuvenecer a cambio de nuestro dinero. Hacemos destripe: prácticamente nada es cierto. Todos sabemos que la publicidad exagera, pero desde hace tiempo existe una regulación que impide que un producto indique propiedades terapéuticas si no existe estudios que lo demuestren. Esto debería haber acabado con frases del tipo «mejora tu colesterol», «ayuda al tracto intestinal» o «hará que tu piel esté más tersa y joven». Pero no es así ¿A qué es debido? La causa está en la estrategia del asterisco, un hecha la ley hecha la trampa que es para sacar los colores de vergüenza si tuvieran alguna. Veamos el patrón. El producto se anuncia con un componente estrella (por ejemplo, el lactobacillus). Hace una afirmación sobre la salud (por ejemplo, ayuda al sistema inmunitario). No hay ningún estudio que confirme que el componente estrella tenga esos efectos sobre la salud, pero no hay que preocuparse. Basta buscar un compuesto que sí tenga esos efectos comprobados (por ejemplo, la vitamina B6). Si se incluye la…