Pre-Textos, 2015. 132 páginas. Incluye los siguientes cuentos: Monomito Hijos de los Focenses Sarajevo-Estepona La casa de Thomas y el ciclo de saturno Uno de esos sitios Conductos Timbre Audacia, verano de 1984 Escritos con un lenguaje muy cuidado, poético, y que nos habla de soledades cotidianas, personas que vagan sin rumbo porque el mundo -algunos lo saben, otros cierran los ojos- no lo tiene. Me ha gustado especialmente el primero, breve y condensado, críptico pero con las claves a la vista, resumen del estilo y las intenciones del autor. Precisamente allí, en uno de los bosques cercanos al río Miljacka, tuvo lugar la historia que me fue relatada. Durante unos días los periódicos y las gacetas locales se hicieron eco de ella (pero lo dudo), así que quedó relegada al vergonzoso rincón de las leyendas sin moraleja, sentido ni enseñanza. «Epidemia moral»: así la denominó un cronista que lucía un fino bigote «coñito de perra» y que respondía al nom de plume Julius, de quien luego se supo que había transportado cuero de contrabando (por ejemplo) durante la guerra de Bosnia. Antes de olvidar estos sucesos, varios gacetilleros -entre los que se contaba el tal Julius- aprovecharon para denunciar…
Pre-textos, 2010. 122 páginas. Me lo prestó un amigo, así que venía recomendado. Incluye los siguientes relatos: Tranquilos en tiempo de guerra I Piedras La isla Zurich Cuadros colgados en la pared II Un balcón azul de titanio All thincs must pass (Cinco sueños) Charly, el amigo de mi hermana Transparencia Relatos intimistas, retratos de situaciones melancólicas, soledad, apenas hay trama, sólo fragmentos de vida. Incluso cuando se habla de un astronauta (Un balcón azul de titanio) lo más importante es su mundo interior. El sexo, que aparece con frecuencia, es menos pasional que desapegado. Todo está bien escrito, la atmósfera es magnífica. Le seguiremos la pista. Una buena reseña aquí: Tranquilos en tiempo de guerra, de Cristian Crusat. Calificación: Bueno. Extracto: Él reconoció no haberse movido en todo ese largo tiempo de la ciudad. Confesaba haberla visto numerosas veces paseando por el campus, cerca de la facultad cuando acudía a la biblioteca para sacar libros. Llevaba el pelo más largo y revuelto sobre sus ojos extraviados. Apenas guardaba fuerzas para apretar el telefonillo, que Daniela no contestó, ni para golpear la puerta después de subir las escaleras. Con suerte se dejó quitar el viejo overol. Daniela le ofreció algo…