Mondadori, 2000. 280 páginas. Lila Mae es la primera inspectora afroamericana que ha conseguido entrar en el cuerpo de inspectores de ascensores. Cuando ocurre un accidente en un edificio emblemático que ella supervisaba se verá envuelta en una trama que enfrenta a empiristas e intuicionistas. El autor construye un mundo en el que los ascensores son una pieza clave de la sociedad, los inspectores -que garantizan que todo funcione- son tan importantes como la policía, y la guerra entre diferentes facciones y las empresas que los fabrican son asuntos de seguridad nacional. Y me pasó como con aquel Rithmatista, que la idea me parece ridícula y me estorba completamente la trama. Que sí, habla de racismo, de corrupción y de muchas otras cosas pero de verdad ¿ascensores? Me ha recordado a La ciudad y la ciudad, en que plantea una situación inverosímil y una trama a medio camino entre lo policial y las novelas de conspiraciones. Pero donde Mieville aprueba con nota, aquí se desploma como un ascensor sin freno de seguridad. La clave puede estar en unas palabras de Fulton (teórico de suma importancia en el texto) en el que afirma de algo que es una broma. Y como…