Tusquets, 2019. 230 páginas. Retrato crudo y con algún toque de realismo mágico de la vida de las travestis de Córdoba a través de los ojos de la narradora, que llega a la ciudad para estudiar y por la noche convie en esa extraña familia de mujeres que viven el margen de los márgenes, llevando una vida dura y luminosa. Destaca no solo por el retrato de una realidad dura, de un colectivo que siempre ha estado mal visto y discriminado -todavía ahora leyes como la ley trans siguen causando polémica-, también por la calidad del lenguaje, por el estilo fragmentario pero preciso que te atrapa desde el primer momento y te arrastra al vértigo de una existencia desoladora. Momentos de amor y dolor, de sexo descarnado y ternura dolorosa, de peligro y de felicidad, en un cóctel que me ha encantado. Muy bueno. El Hombre Sin Cabeza apareció como una prolongación de la sombra que lo ocultaba, se acercó con su natural amabilidad, habló dos minutos aparte con los policías y ellos nos dejaron ir. La palabra de un hombre decapitado valía más que la nuestra. Según Encarna, cada mañana El Hombre Sin Cabeza rezaba a sus dioses antes…