Barret, 2019. 180 páginas. Un funcionario argentino ve como se consume su vida en un trabajo sin brillo en el que tiene que hacerse el tonto ante discrepancias en los informes que tiene que firmar y una vida familiar en la que es casi un visitante, con unos hijos que no le hacen caso y una mujer distante. La novela se articula en varios ejes: los chanchullos de la administración en la que el protagonista está implicado no por interés suyo sino por desinterés ante cualquier tipo de reacción. Su vida familiar nula con una mujer enganchada a una telenovela y con unas clases de yoga semanales que parecen indicar que hay algo más y las noticias que llegan desde España, donde el papel moneda está siendo atacado por unas bacterias que lo destruyen y hay alborotos por las calles. Ante todo eso, un apartamento que se convierte en un refugio, a salvo de los 36 metros que son un abismo que siempre planea sobre su cabeza. Cuando un conocido publica un libro es una alegría, pero una alegría mayor es cuando ese libro es bueno, tiene una atmósfera particular, y se te queda en la memoria mucho tiempo después…