Barataria, 2006. 310 páginas. Manuel Molina es detective porque tiene un despacho, una licencia por una academia a distancia y una secretaria muy espabilada. Y los casos que resuelve están a su altura: un asesino en serie de perros, una botella desaparecida de la trastienda de su bar de siempre, y una cinta de vídeo de unos famosos. Laura Malasaña es en realidad un seudónimo de Laura Fernández, de la que ya reseñé en su momento Wendolin Kramer y este libro tiene las mismas virtudes y defectos que aquél. Es simpático, entretenido, pero con poco fuste. Ideal para pasar el rato y que te asome, de vez en cuando, una sonrisa, pero nada más. Se deja leer. El despertador me sonó a las nueve. Lo paré. Me sonó a las nueve y ocho. Lo paré. Y ya no volvió a sonar. O quizá sí, pero no lo oí. Eran las diez y siete cuando me despertó el interfono. Parecía estar lejos, en otro mundo. Abrí los ojos. Miré el reloj. Di un salto en la cama y estuve a punto de caerme por culpa de un calcetín que arrastré hasta el pasillo. El interfono seguía atronando cuando descolgué el auricular….
Barataria, 2009. 120 páginas. Doce fragmentos de un extraño diario, doce desvaríos de la imaginación de un personaje que parece confundir realidad y ficción. Delirios paranoicos en un lenguaje poético, lleno de imágenes poderosas. Publicado según parece en 1935 tiene juegos estructurales mejores que el 90% de los libros que en el siglo XXI ocupan las vitrinas de nuestras librerías. Recomendable. Y su risilla no hizo más que aumentar. Entonces un profundo despecho se amparó de mí. Con un gesto brusco y decidido, quise arrancarme el auricular del oído y cortar comunicación y cuanto existiera entre nosotros dos. Pero junto con dar comienzo a mi gesto, sentí un fuerte dolor en toda la oreja, como si mil demonios tiraran de ella. Al mismo tiempo seguía penetrándome su risa con una agudeza que me erizaba los nervios. -¡Camila, te suplico, no rías más! En vano. Su risa ya se anunciaba interminable. -¡Camila, prefiero que me digas que me odias! Nada. Hice un nuevo esfuerzo por despegarme el auricular del oído. Resistió en tal forma que comprendí que insistir sería arrancarme el pabellón pegado de él. Traté de quitármelo suavemente. Inútil. Traté de sacármelo como quien procediera con un tornillo. Tampoco. Y…