Stanislaw Lem. El castillo alto.

junio 17, 2020

Stanislaw Lem, El castillo alto
Funambulista, 2006. 220 pag.
Tit. Or. Wysoki Zamek. Trad. Andrzej Kovalski.

Autobiografía de Stanislaw Lem más o menos detallada, para los amantes del genial escritor polaco.

Reseñas: El castillo alto y El castillo alto.

Recomendable.


Cuando no llevaba nada de dinero, pasaba por la tienda del café vienes para evitar que la visión de las deliciosas pilas de jaiva tras los cristales de la tienda me destrozara el corazón. En el café estaba el primer reloj que me marcaba el tiempo que quedaba; el siguiente se encontraba en lo alto de la torre del ayuntamiento. Sus agujas me decían si aún podría pararme en algún escaparate o si tenía que apretar el paso y correr. Éstos son realmente casi todos los recuerdos visuales que ocupan mi alma. Yo era realmente como un ratón, y la sociedad hizo lo que pudo, a través de su sistema educativo, para convertirme en un ser humano. ¿Resistí? No mucho como individuo, pero sí bastante como miembro del cuerpo escolar.
Sobre este tema los escritores más importantes del mundo han dicho cosas que no pueden superarse. Han mostrado la escolarización como un juego complejo, una batalla de intereses opuestos, en la que el profesorado, como representante de la autoridad y del poder, intenta introducir el máximo de información en las cabezas defalumnado, mientras que los pupilos, que son por su propia naturaleza la parte

más débil, hacen lo posible por eliminar esa información. En esto no logran un éxito completo, si bien el conjunto de la clase, tozuda e irreflexivamente, se emperra en ello, con una mezcla de villanía e inercia, y hace lo que puede por distorsionar y mancillar y desacreditar todo cuanto integra el proceso de aprendizaje. El campo de batalla educativo no es rico en escenas épicas, si bien se producen duelos en los exámenes, ejecuciones en masa en forma de pruebas, y todo tipo de amagos, ataques, tretas y evasiones, en las que cada pupitre se convierte en una barricada, en las que un trozo de tiza puede ser un misil, y los lavabos son a veces el único refugio.
Así es como emerge, de un trabajo de hormiguita oculto en cada grieta y hendidura de la cultura oficial, una sub-cultura de instituto, porque la clase, al maltratar las mesas y al garabatear las paredes de los lavabos y ahogar moscas en tinteros, remojar la tiza y destrozar borradores y dibujar bigotes a las heroínas nacionales, y pechos a los héroes de la patria, parecía responder así frente al orden con el caos; pero en realidad construía un orden, un orden que neutralizaba, a través de la difamación del sinsentido, todos los instrumentos materiales de la instrucción. Por eso los lápices se convierten en espadas de juguete, y las páginas de los cua-
tan profundamente arraigada, que cuando años después de los episodios aquí descritos tuve que escapar de la Gestapo gracias a un «chivatazo», dejé tras de mí, entre mis pertenencias, un cuaderno de poemas escrito a mano. Lamenté su pérdida para nuestra cultura nacional, aunque también resultaba convincente pensar que aquellos perseguidores, si entendían el polaco, quedaron estéticamente asombrados. Más adelante este recuerdo me sacaría los colores, pero sólo porque me di cuenta de lo terribles que eran mis sonetos. Aún no comprendía que, en aquella situación, la calidad de la poesía era del todo irrelevante. Ese mundo nuestro hubiera sido distinto si los corazones de la Gestapo hubieran tenido sensibilidad para la poesía. El Arte no coacciona a nadie; nos transporta sólo si consentimos que nos transporte. Consecuentemente, es el elemento de mutuo consuelo, es el elogio que revierte en elogio, es el «hoy por ti y mañana por mí» y por tanto es el fraude y la prevaricación colectiva. Gombrowicz nos abrió los ojos al respecto.
Aunque aún hay más, en un nivel más elevado: acerca del talento para la lectura. Cualquier niño es capaz de leer el ingenuo cuento de La Cenicienta, pero sin sofisticacio-nes y sin Freud, ¿cómo verlo como un ballet de perversión ideado por un sádico para masoquistas? Hoy el rebatir que
todo lo obsceno está oculto subliminalmente en los cuentos de hadas sólo muestra tu ingenuidad. Por consiguiente, diríamos que el detective en la novela Las gomas de Robbe-Grillet era un chapucero, según el texto literal de la obra, y que el caprichoso comportamiento de Hamlet surge a partir de que Shakespeare incorporaba en la obra muchos elementos distintos de versiones anteriores. El científico moderno apunta al cielo, donde las estrellas se esparcen al azar, y sin embargo todos sabemos que integran las formas zodiacales de dioses, animales y personas. En general podemos ennoblecer una obra o tacharla de superficial, dependiendo del telón de fondo que le otorguemos en el escenario de nuestra mente como lector. Tampoco se trata de un telón de fondo pasivo, sino de un sistema de referencias en el que un palo roto podría sugerir una rama estilizada del Japón antiguo, y una piedra entallada se nos podría antojar una escultura que expresara el humor de nuestro tiempo fragmentado. Así, venidos con un error de manos a boca, podríamos gritar: «¡Incoherencia!» o por el contrario: «¡Brillante disonancia!» o: «¡El abismo bosquejado por la agrietada intención del caparazón de la lógica!».

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