Fábulas de Albión, 2013. 206 páginas.
Cuando un libro para niños o jóvenes lectores lo disfruta bien un adulto tenemos la prueba de que estamos ante una gran obra.
La visita del tío de Moriarty con un ejemplar de Dodo y su presentación en una cena en la que asisten, entre otros, Darwin, el reverendo Dogson, Alicia y el hijo de un carnicero llamado Jack da lugar a una intriga resuelta en la ortodoxa tradición de las novelas de detectives.
Me ha encantado y voy a por el resto de la serie.
¿He comentado antes que no sé nada acerca de la ropa de fiesta? Una cosa son las prendas de diario, con las que más o menos me manejo, pero el traje de etiqueta es otra cuestión muy diferente, y siempre hacen falta al menos dos personas para colocarme todas sus piezas.
Una de las muchas injusticias de la vida: seguro que Arabella, que está obsesionada con la ropa, sabría vestirse sola perfectamente. Pero, como de costumbre, siempre que hay que dejar a alguien de lado, ¿a quién se deja? Pues a mí. Ajames Moriarty. Y ya me estoy empezando a cansar de que nadie me preste atención.
Entré en la habitación, y vi que la cama estaba cubierta por no menos de veinticinco prendas, a cual más enigmática.
—¡Venga ya! —protesté para mí mismo. Aquella era una situación desesperante.
Me quité la ropa de equitación, desabrochando los botones tan deprisa que muchos se quedaron tirados por el suelo, y me fui al baño a lavarme la cara. Me habían dejado preparada la tina de agua caliente, pero hai i.i \.i unió tiempo de eso que se había quedadohe-l ni i ‘,i rulo <|iic la de Arabella estaba templadita.
Me froté sin mucho entusiasmo con el agua fría y un poco de jabón. Al mirarme al espejo, otras de las cosas que no solía hacer con frecuencia, vi que tenía un buen raspón donde la rama me había golpeado, y un par de moratones en el cuello. Tenía el pelo revuelto y lleno de pellas de barro y restos de resina. Era verdad que iba hecho un cuadro.
Hice lo que pude para asearme sin llegar a morir de congelación y regresé a mi habitación. Muy desanimado, miré la gran cantidad de ropa que había sobre la cama, todas esas piezas de diferentes formas y texturas, y pensé que estaba perdido. Nunca jamás podría apañármelas con todo aquello. Era como un terrible rompecabezas...
Entonces me animé. ¡Eso era! Tenía que dejar de pensar que era ropa, y empezar a pensar en ello como si se tratara de un problema interesante, algo relacionado con la geometría. Seguro que mi mente privilegiada podría encontrarle sentido a aquellas piezas aparentemente caóticas. Las cosas que iban de dos en dos tenían que ir en los brazos o en las piernas, ¿verdad? Y las cintas... bueno, si no me ponía todas aquellas cintas tampoco pasaría nada, así que las tiré al suelo, les di una patada y las mandé debajo de la cama.
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