Dos historias se van desarrollando en paralelo. En la primera, una mujer policía de un pueblo de EEUU con una vida bastante miserable ve como el tallo que crece entre las paredes de su casa parece responder a sus pensamientos. En la segunda en un lugar y tiempo indeterminados unos extraños personajes que parecen vivir en un mundo medieval que parece haber olvidado la ciencia y donde ha aparecido la magia se enfrentan a un peligroso reto.
Me ha gustado más la primera parte, donde se plantean cosas que prometen que la segunda, donde las promesas se ven poco cumplidas. Algunas cosas se veían venir, otras resultan difíciles de tragar y algunas me han parecido hasta ridículas.
Entretener entretiene, es muy de Nova, relatos de ciencia ficción donde pasan cosas pero que en algunos casos tienen poca calidad literaria. Éste es uno de esos casos. Me lo he pasado bien, pero no repetiría ni lo recomendaría.
Estoy bastante de acuerdo con esta reseña: El árbol familiar donde la conclusión le ha parecido tan precipitada como a mí. En esta, sin embargo, están a favor: El árbol familiar.
Se deja leer.
Al otro lado de Tavor, tras las montañas de Piedra, se encuentra la tierra de Palmia, y en Palmia vivía Izakar Poffit, Izakar el Indiferente, Izakar el Listo, viviendo con penurias y en peligro a medida que se acercaba a la edad adulta. El loco Izzy, príncipe de Palmia, quien por mucho que lo intentara no podía ignorar la profecía que mantenía su vida en vilo.
Su abuelo materno le había contado por primera vez la profecía cuando era tan sólo un chiquillo, apenas capaz de farfullar las Ofuscaciones Marconitas. La tía Aggie y la prima Clair-Belle habían mencionado la profecía de pasada y con total sarcasmo al menos una o dos veces por semana desde que era un bebé («¡Oh, pero si es el gran varón, dispuesto a hacer cumplir la profecía!»). Es decir, lo habían hecho hasta hacía poco, cuando a alguien se le ocurrió que la profecía, en vez de ser una anécdota divertida, era de hecho una sentencia de muerte, no sólo para Izzy sino también para todos ellos.
En ese punto todo el mundo dejó de mencionarla, como si guardar silencio sobre el tema la hiciera desaparecer. La época y el lugar de Izakar no eran, en este aspecto, distintos de otras épocas y lugares donde el peligro inminente se afronta metiendo la cabeza bajo las mantas.
En cuanto al propio príncipe Izakar, la profecía se había mencionado con tanta frecuencia y dándole tan poca importancia que se había vuelto inmune a ella mucho antes de comprenderla. Tendía a ponerla en la misma categoría que las otras preocupaciones adultas que uno prefiere no considerar: la inevitabilidad de la muerte, la necesidad de trabajar, la malevolencia del destino y el sexo entre tus padres. Además, estaba más interesado en otras cosas.
La magia, por ejemplo. La magia era intrigante; en parte era muy divertida, útil para desquitarte de tías y primos, excepto cuando te pillaban y te lavaban la boca con jabón por murmurar picardías. Aunque le habían enseñado sólo magia benéfica, defensiva o protectora, había tenido que aprender el resto. Era como si te enseñaran a entrenar y montar caballos y burros, pero tuvieras que aprender a hacerlo con los umminhi por tu cuenta. La primera era útil, la segunda podía ser letalmente peligrosa; pero si quería tener una posibilidad de sobrevivir, debía conocer el peligro. Como solía decir a menudo el tío Goffio, la ignorancia puede ser una bendición, pero es un seguro de vida paupérrimo.
Además de la magia, a Izzy le gustaba muchísimo el mundo vegetal. Este interés le había sido inculcado y mantenido por su tía Aggie, quien, como korésana de salón, consideraba el mundo biológico la única cosa que merecía la adoración de la gente. A Izzy también le gustaba cocinar. Había algo muy gratificante en hacer una buena salsa además de comértela. Le gustaban las chicas, también, en un sentido asociativo. Las encontraba menos agotadoras que los varones del lugar, todos los cuales parecían dedicados al uso competitivo de las armas y el consumo igualmente competitivo de comida, bebida y hembras. Eructar, vomitar o sufrir dolorosos pero inefectivos tratamientos para las heridas de batalla o las enfermedades sexuales no le parecía divertido a Izzy, aunque el primo Tonio siempre estaba haciendo una cosa o la otra y no parecía importarle.
Tonio era un afamado seductor de damas, y había prometido iniciar a Izzy en el gentil juego del boudoir epée. Toreo de salón, como lo llamaba Tonio, aunque también usaba palabras más burdas. La tía le dijo que no implicara a Izzi hasta que fuera lo Bastante Mayor. Izzy dudaba de ser ya lo Bastante Mayor, y era de constitución ligera y su altura era de poco menos de diecisiete manos. Tenía el pelo rojizo y más largo de lo normal, y se lo apartaba de la frente con una especie de cola recogida en la nuca. Sus ojos eran marrones.
No hay comentarios