Minotauro, 2008. 350 páginas.
Tit. Or. Dying Words. Trad. Marcelo Tombetta.
Malo. Muy malo. No sé cómo llegó a mi lista de recomendados. Lleno de tópicos, una prosa plana y un argumento que no se sostiene por ninguna parte. Terrible. Además mal revisado porque se cuela una ‘privaticidad del paciente’, pero es lo de menos.
Normalmente no doy detalles de la trama para no destripar el libro, pero aquí voy a hacer una excepción, así que sigan leyendo bajo su responsabilidad.
El libro comienza con una persecución en coche al estilo de Hollywood. Un malo muy maloso porque se dice que ha sodomizado a una niña de nueve años y le ha quemado los ojos con un soplete. Cuando le atrapan además se pone chulito diciendo que va a salir en pocos años (por culpa de no tener la prisión revisable) así que nuestro detective protagonista lo tira a las vías del metro y lo electrocuta. Finalmente el jefe le echa la bronca porque la persecución ha costado mucho dinero en daños a la ciudad. Tan tópico que ya lo parodió de manera excelente Goyo JIménez en este monólogo Policia Americana.
El caso es que empiezan a aparecer crímenes muy misteriosos porque no hay ninguna huella ni pista ni rastro de nada, y eso que uno de los muertos vivía en un ático con cámaras de seguridad y tenía la puerta cerrada por dentro ¡Misterio! En esto hay una escritora que va a publicar la biografía de Cassano que fue editor de Dante y que tenía algunas ideas heréticas. Le condenaron porque decía que cuando Dios daba un don también daba un castigo. Vamos, que si te daba el talento para pintar la capilla sixtina te tenía que dar algo malo para compensar, por ejemplo hemorroides.
Pero esto pasa al olvido enseguida por otra cosa que defendía Cassano: que los artistas podían meterse dentro de su obra. Tú pintas un bodegón y te puedes meter dentro para comerte las peras. Tú escribes sobre una orgía romana y puedes entrar a dar una vuelta. ¿Por qué? No se explica. ¿Cómo? Tampoco lo sabemos. Para convencer al detective que es escéptico la escritora escribe una escena de sexo entre los dos y él la vive como un sueño pero le quedan las marcas de los arañazos.
Vamos a ver. Una cosa es poder meterte en tu obra -que no es moco de pavo- y otra que lo que escribas se haga realidad -que ya lo quisiera yo para mí. Aquí la trama se derrumba porque si tú puedes hacer que lo que escribas se haga realidad no te hace falta ni levantarte del asiento para asesinar a quien quieras. Pero la escritora -que es la mala- ha asesinado a la gente valiéndose de un hijo que tuvo con una enfermedad al que ha ocultado en un paisaje de los inventados y que luego sale de los libros para matar a diestro y siniestro. Ahora no sólo es que te puedas meter en los libros, es que los puedes usar para entrar por un libro y salir por el otro. Lo que te ahorras en aviones es poco.
Una majadería de principio a fin y una absoluta pérdida de tiempo. Te echas unas risas, eso sí. Muy malo.
-¿Habría que incluirlo también a usted, señor Paxton? -inquirió Birch.
-Para mí los críticos no existen. Especialmente los cabrones como Donald Corben. Ellos no compran los libros, de modo que los escritores ni siquiera cobran derechos por esos ejemplares. -Su tono de voz se volvió grave-. La mayoría de ellos son escritores fracasados o aspirantes a escritor. Tienen celos de todos los que han publicado algo. Especialmente de aquellos de nosotros que hemos tenido la suerte de obtener éxito. Los críticos sobran. Las únicas personas importantes son los lectores, porque son ellos los que compran los libros. Son los únicos que pueden decir si una historia les gusta o no, no los bastardos que se auto-proclaman importantes, como Donald Corben. -Miró impasible a Birch-. No espere que derrame una sola lágrima por ese hijo de puta, inspector. Lo único que lamento es que alguien no le hubiese parado los pies a ese bastardo algunos años antes.
-¿Está diciéndome que deberíamos interrogar a los escritores que Corben criticó como posibles sospechosos de su asesinato?
-¿Yo soy eso, pues? ¿Un sospechoso? ¿Sólo porque han encontrado mis libros en dos lugares donde se cometieron crímenes?
-Nadie ha dicho que usted sea sospechoso, señor Paxton. Sólo que, al parecer, ha habido algunas fricciones entre usted y dos hombres que han sido asesinados. Debería comprender que eso pueda despertar un poco de curiosidad en algunos policías. Y no parece usted muy apenado por esas dos muertes.
Paxton se encogió de hombros.
-Pero ¿cuál es el motivo de que hayan venido a hablar conmigo? -quiso saber Paxton-. ¿Que mis libros fueron encontrados en dos lugares donde ha habido un crimen?
—Y por la relación que usted tenía con las dos víctimas. Por su animadversión hacia Dentón y Corben.
-Los míos no pueden ser los únicos libros encontrados en los
lugares del crimen. Dentón era un editor, ¡por amor de Dios! Su casa debía de estar llena de libros. Y la de Corben también.
-Pero resulta que sus libros fueron decididamente los más… destrozados. Hechos pedazos y esparcidos sobre los cuerpos y por las habitaciones donde éstos fueron hallados.
-Si yo los hubiese matado, no habría dejado una pista tan evidente, ¿no le parece?
Birch meneó la cabeza.
-¿Sólo destrozaron mis libros? -preguntó Paxton curioso.
-No. Había otros. En el debido momento hablaremos con esos otros autores.
-¿Quiénes son? ¿Es una información confidencial?
Birch se limitó a sonreír.
Los tres hombres siguieron conversando amablemente una hora más, después Birch miró a Johnson y le hizo una seña. A continuación miró a Paxton y se levantó. Johnson hizo lo mismo.
-Ahora lo dejaremos volver a su trabajo, señor Paxton -dijo el inspector-. Lamentamos mucho haberle robado todo este tiempo.
El escritor se levantó a su vez y dio la mano a cada uno de los
policías.
-Ha sido un placer. -Sonrió-. Como les he dicho, voy a usar esto para alguna novela. Creía que iban a ser más duros.
-Ya le he dicho que no veníamos a interrogarlo -le recordó
Birch.
Paxton los acompañó hasta la entrada. El sol que había estado brillando intensamente se había ocultado de nuevo detrás de una masa imponente de nubes oscuras. Una brisa fuerte soplaba alrededor de la casa.
-Gracias de nuevo por el tiempo que nos ha concedido -repitió Birch.
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