Editorial Hidra, 2015. 214 páginas.
Ciencia ficción disfrazada de fantasía al servicio de una aventura muy adecuada para pequeños lectores.
Otras reseñas: La búsqueda del grifonicornio y La búsqueda del grifonicornio.
Muy recomendable.
—Pero… —intervine—. Si nadie sabe cómo son, ¿por qué están seguros de que existen?
—Hay muchas formas de llegar a conocer algo. El basilisco deja tras de sí multitud de huellas. Precisamente, la pista que estoy siguiendo es la típica en estos casos. Mira —dijo, revolviendo en una de sus bolsas— esto me lo envió un colega de Rogón, que sabía de mi interés por el tema. Los encontraron en el valle de Norac, hace dos meses.
Mandialix extrajo unas piedras de su zurrón y me las tendió. Alargué las manos y las cogí. Eran tres. La mayor tenía la forma de una cáscara de caracol. Por los alrededores de Sarode no los había de tan grandes, pero quién sabía lo que podía criarse en la lejana Rogón. La piedra mediana tenía también la forma de un caparazón, pero nunca había visto uno parecido. Era alargado y estrecho, enrollado en espiral. Tal vez fuera en realidad un cuerno, como los de las cabras, aunque tampoco supe reconocer a qué animal podía pertenecer. El último pedrusco era el más curioso y el más complejo. Se trataba de un diminuto cráneo de reptil, quizás una lagartija, atrapado en el interior de una roca. Le di vueltas entre mis manos, recorriendo con un dedo su contorno, presa de la fascinación que despiertan los prodigios.
Al cabo de un rato, Mandialix me pidió las piedras, y tuve que devolvérselas con reticencia. Mientras lo hacía, una duda vino a mi mente.
—Pero estos no son animales petrificados. Si la mirada de un basilisco transforma en piedra, ¿no deberían ser más parecidos a estatuas o algo así?
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