Incluye los siguientes relatos:
Risotto
Arima
Y si
El zumbido
Movía la cola
La partida
Sus ojos
Saxo alto
El bar cuántico
Que me han sorprendido por dos cosas; por su variedad de temas y estilos y por la calidad notablemente alta para tratarse de una primera obra publicada en una editorial no muy conocida. Muchas veces tengo la suerte de encontrar buena literatura en los márgenes.
Quizás mi preferido sea Risotto, con esa dislocación temporal al servicio de una historia triste. De los que se orientan hacia el terror Sus ojos, que llegó a ponerme mal cuerpo. Movía la cola, a pesar de lo insoportable que me resulta el protagonista, crea un clima de tensión que consiguió ponerme de los nervios.
Resumiendo: buenos cuentos de un autor que todavía tiene espacio para crecer pero que empieza muy bien. Hay que seguirle la pista.
Muy bueno.
Desordené estanterías enteras llenas de fósiles y reliquias de guerras que nunca debieron haber tenido lugar, abrí cajones con cerraduras y sin llaves a base más de fuerza que de maña, levanté muebles, tiré jarrones, desmonté cajones. Probé con todos los verbos para hacerle cosas a las cosas, pero a ese maldito bicho no le encontré —que era de los pocos que me faltaba, «encontrar».
Cuando el piso parecía una leonera, oí cómo el zumbido se alejaba en dirección a la puerta abierta de la terraza. Por un momento noté cómo mis ojos empezaban a embozarse de alegría y pensé que iba a ser cuestión de tiempo que alguna lágrima de pura felicidad acariciase mis pómulos. Pero no fue así, porque el insecto hizo un requiebro y bajó disparado por las escaleras. Aunque no acabó allí su ruta, porque de nuevo torció y el sonido se quedó suspendido a la altura del primer escalón.
Ese ser despreciable estaba jugando conmigo. Hasta aquel momento yo me había sentido en uno de esos documentales de la sabana en que el cazador arremete contra su presa, que está distraída y ocupada en desempeñar la labor que le reservó la evolución de su especie. Pero lo que estaba ocurriendo en mi bohardilla era algo completamente diferente, mucho más irreverente y antinatural: en mi habitación, el antílope del documental estaba pisándole la cola al guepardo, dándole cornadas en el costado y, en vez de huir después, se escondía agazapado entre algunos arbustos cercanos a la velocidad del rayo para después volver.
En cualquier caso, le seguí. Bajé corriendo las escaleras de peldaños altos y estrechos, una combinación que no marida demasiado bien con la seguridad ni la estabilidad. Por poco resbalo y protagonizo un Mar adentro en el centro de un valle de un pueblo de secano en pleno año de sequía. Pero no, pude recomponerme sin caerme y pude agachar también la cabeza a tiempo para no estamparme contra el marco de la puerta del final de las escaleras. La verdad es que fue una forma excéntrica y esperpéntica de cambiar de piso, pero no hubo heridos ni percances, así que no le di más vueltas.
En el piso de abajo empecé a quitar libros de las estanterías, desordenando cada ápice de la estancia en busca del condenado animal enviado por el demonio. A ese piso le siguió el inferior y al siguiente el recibidor. Parecía que la casa hubiese sido víctima del ladrón más inepto de todo el país: nadie se había llevado nada, pero ni el más pesado jarrón de cerámica estaba en su sitio. Cientos de libros tirados por el suelo, cajones independizados de sus muebles, mesas boca arriba, papeles boca abajo y todo tipo de incomodidades. Un simple vistazo a esa casa podría haber causado un infarto a alguien con un trastorno obsesivo-compulsivo por el orden y la limpieza. Sin embargo, en ese momento nada de eso me importaba. Y no era porque no fuera a limpiarlo, que lo haría; no era porque no fuera a recoger cada minúscula astilla y nanométrica mota de polvo, que lo haría; era porque el zumbido seguía allí y empezaba a desconfiar de que fuera a irse.
2 comentarios
Hola Juan Pablo, gracias por incidir en esa literatura en los márgenes. A ver si me hago con un ejemplar. Un saludo.
Está muy bien.