Páginas de espuma, 2015. 124 páginas.
Se incluyen los siguientes cuentos:
Nada de todo esto
Mis padres y mis hijos
Pasa siempre en esta casa
La respiración cavernaria
Cuarenta centímetros cuadrados.
Un hombre sin suerte
Salir
Me ha gustado bastante menos que su otro libro de relatos ‘Pájaros en la boca’, hay menos variedad temática y estilística. Pero cuentos como ‘La respiración cavernaria’ y ‘Un hombre sin suerte’ elevan el nivel del libro. El primero, aunque me resultó un poco largo, dibuja una situación asfixiante. El segundo, que ganó otro premio y se ha colado aquí como de casualidad, es realmente grande. De los que quedan en la memoria.
Y quizá lo hice a propósito, así lo sentí en ese momento: los ojos se me llenaron de lágrimas. Entonces él me abrazó, fue un movimiento muy rápido, cruzó sus brazos sobre mi espalda y me apretó tan fuerte que la cara me quedó hundida en su pecho. Después me soltó, sacó su revista y su lápiz, escribió algo en el margen derecho de la tapa, lo arrancó y lo dobló tres veces antes de dármelo.
-No lo leas -dijo, se incorporó y me empujó suavemente hacia los cambiadores.
Dejé pasar cuatro vestidores vacíos, siguiendo el pasillo y, antes de juntar valor y meterme en el quinto, guardé el papel en el bolsillo de mi jumper, me volví para verlo y nos sonreímos.
Me probé la bombacha. Era perfecta. Me levanté el jumper para ver bien cómo me quedaba. Era tan, pero tan perfecta. Me quedaba increíblemente bien, papá nunca me la pediría para revolearla detrás de las ambulancias e incluso, si llegara a hacerlo, no me daría tanta vergüenza que mis compañeros la vieran. Mira que bombacha tiene esta piba, pensarían, qué bombacha tan perfecta. Me di cuenta de que ya no podía sacármela. Y me di cuenta de algo más. y es que la prenda no tenía alarma. Tenía una pequeña mar-quita en el lugar donde suelen ir las alarmas, pero no tenía ninguna alarma. Me quedé un momento más mirándome al espejo, y después no aguanté más y saqué el papelito. lo abrí y lo leí.
Salí del probador y él no estaba donde nos habíamos despedido, pero sí un poco más allá, junto a los trajes de baño. Me miró, y cuando vio que no tenía la bombacha a la vista me guiñó un ojo y fui yo la que lo tomó de la mano. Esta vez me sostuvo más fuerte, a mí me pareció bien y caminamos hacia la salida.
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