Siruela, 2003. 118 páginas.
Tit. or. Buf-e-kur. Trad. Mª Teresa Gallego y Mª Isabel Reverte.
Un libro muy extraño y adelantado a su tiempo. Es un monólogo onírico y alucinado, con un narrador en absoluto fiable que parece vivir un sueño lleno de imágenes obsesivas y malsanas. Si tuviera que hacer una apuesta sobre lo sucedido diría que es alguien que, obsesionado por unos celos seguramente infundados, acaba matando a su mujer.
Me ha sorprendido lo bien conseguido que está: el protagonista repite motivos, recuerda imágenes que no se puede sacar de la cabeza y que van apareciendo a lo largo de la novela, la información relevante aparece con cuentagotas y como de pasada…
Viaje a una mente enferma, una película de Lynch con cincuenta años de adelanto.
Cuanto más me sumía en mí mismo, semejante a esos animales que, durante el invierno, se meten en su madriguera, con mayor nitidez captaban mis oídos la voz de los demás y con mayor nitidez oía resonar mi propia voz en la garganta. La soledad, el abandono que pesaban sobre mí se parecían a las noches sin fin, negras, densas, a esas noches preñadas de una oscuridad tenaz, compacta y contagiosa, que se disponen a descender sobre las ciudades desiertas en que pululan los sueños de lujuria y de odio. Sin embargo, frente
a esa garganta con la que me confundía por completo, mi propia existencia no era más que un postulado absurdo. La fuerza que, en el momento del coito, hace que se peguen uno a otro dos seres, cada uno de los cuales intenta huir de su soledad, procede del mismo impulso demente que existe en todos, mezclado con una nostalgia que sólo tiende hacia el abismo de la muerte.
La muerte es la única que no miente.
Su presencia reduce a la nada todas las supersticiones. Somos hijos de la muerte. Ella es quien nos libra de las trapacerías de la existencia. Incluso desde las profundidades de la vida, ella es quien nos llama a gritos y si, demasiado jóvenes aún para entender el lenguaje de los hombres, interrumpimos a veces nuestros juegos, es porque acabamos de oír su llamada…
Durante toda nuestra estancia en la tierra, la muerte nos hace señas para que vayamos hacia ella. ¿Acaso cada uno de nosotros no se sume a ratos en unos ensueños sin causa que lo absorben hasta el punto de hacerle perder por completo la noción del tiempo y del espacio? Ni siquiera sabemos en qué pensamos pero, acabado el ensueño, hemos de hacer un esfuerzo para volver a tomar conciencia de nosotros mismos y del mundo exterior. Es, una vez más, la llamada de la muerte.
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