Rodrigo Bastidas. El tercer mundo después del sol.

septiembre 15, 2025

Rodrigo Bastidas, El tercer mundo después del sol
Planeta, 2022. 254 paginas.

Incluye los siguientes relatos:

La Conquista Mágica de América
Jorge Baradit (Chile)

Éxodo X
Luis Carlos Barragán (Colombia)

El Gran Experimento
Alberto Chimal (México)

La sincronía del tacto
Gabriela Damián Miravete (México)

Amor: una arqueología
Fábio Fernandes (Brasil)

Slow Motion
Maielis González (Cuba)

Les PiYemnautas
Teresa P. Mira de Echeverría (Argentina)

A través del avatar
Laura Ponce (Argentina)

Other Voices
Giovanna Rivero (Bolivia)

Constelación nostalgia
Juan Manuel Robles (Perú)

Un hombre en mi cama
Solange Rodríguez Pappe (Ecuador)

Fractura
Ramiro Sanchiz (Uruguay)

Dos transmigraciones
Susana Sussmann (Venezuela)

Khatakali
Elaine Vilar Madruga (Cuba)

Que nos da un panorama bastante completo de la ciencia ficción en latinoamérica con voces que a los amantes del género nos resultan conocidas o que incluso tienen su fama dentro del mainstream. Los temas también son variados, desde las luchas mágicas entre el viejo y el nuevo continente hasta las Inteligencias Artificiales que toman conciencias de sí mismas.

La calidad es variada, algunos me han dejado francamente frío, pero otros tienen bastante pegada y en conjunto merece bastante la pena. Se incluye ficha biográfica de los autores al final. En este enlace: El tercer mundo después del sol se incluyen resúmenes de todos los cuentos y coincido bastante con la apreciación del autor.

Muy bueno.

Manipularon, influenciaron y tiraron de todas las redes y cuerdas invisibles que sostenían los imperios en su afán de alcanzar las nuevas tierras. Pero lo hicieron delicadamente, pacientemente. Invisibles.

En una de las tres naves viajaba un representante de las logias oscuras. América se estremeció cuando su planta tocó las arenas del Caribe. Todos los chamanes del continente giraron los rostros hacia ese punto con el corazón encogido por una repentina angustia, como si una piedra negra hubiera caído sobre el lago tranquilo de la América astral.

Después, vino la expedición definitiva.

No era oro lo que buscaban los que venían escondidos tras la marea de sífilis que avanzaba como una tormenta de dientes a través del Atlántico.

Detrás de los ejércitos y su ferretería, aun detrás de la cruz y la hoguera, venía la verdadera peste. Magos, cabalistas, guardianes del grial, alquimistas y sus golems se arrastraban escondidos entre los arcabuces, regurgitando conjuros y venenos que clavaban como alfileres sobre la piel de la Pachamama.

Ellos no buscaban el oro que rodaba por los ríos, «el oro es paga de espadas e ignorantes». Su oro no era oro vulgar.

La operación de conquista y sus detalles eran antiguos. Antes de sus propios nacimientos se habían previsto todos los detalles. Por eso, cuando el Consejo de los Pueblos Rojos intentó reaccionar ya era demasiado tarde, la conquista mágica de América estallaba en sus rostros como una tempestad arrasando el continente, como una coreografía mil veces ensayada y representada a la perfección.

El nombre de Jehová fue un terremoto abriéndose paso a través del estómago del continente como el cuchillo de un carnicero. Nadie alcanzó a invocar protección porque la daga castellana degollaba en la cuna el grito y cortaba las lenguas de los que sabían las palabras adecuadas. Quemó los signos de poder, destruyó las máquinas para comunicarse con los dioses; aisló a los pueblos y les devoró la memoria antes de arrojarlos como rebaños perdidos al desierto de la amnesia.

Cuando se apagaron los incendios y el polvo de las masacres se hubo posado sobre las piedras, vino la cruz recogiendo el dolor de los huérfanos, encadenando las almas a su rosario de esqueletos.

América yacía herida de muerte, expuesta a los escalpelos del que venía detrás, el verdadero depredador mágico que se inclinaba sobre los campos de batalla desolados, hurgando en las entrañas abiertas de los hijos del Sol, buscando sus augurios y su paga de cuervo. Buscando señales en los mapas que leía en los intestinos tiernos de la gente roja.

Lo que habían descubierto en Europa bien valía cien operaciones de conquista como esta.

Años antes de zarpar, hundieron clavos de cobre a través de los ojos de un vidente eslavo y luego de muchos intentos consiguieron penetrar en las líneas de comunicaciones de los chamanes americanos. A través de sus ojos pudieron escudriñar cada centímetro de las intrincadas construcciones rituales con que modulaban las portentosas fuerzas que emanaban de los pezones de esa nueva tierra. Asistieron al levanta- ( miento de arquitecturas que continuaban hacia el plano astral en complejas urbanizaciones mentales. Vieron prodigiosas máquinas voladoras de piedra planeando a baja altura, operadas con gemas preciosas y mantras bellísimos. Vieron enormes pirámides de roca girando sobre su eje para calibrar la vibración energética de ciertos valles. Fueron testigos atónitos de portentos que no podían tener otra explicación que una inusual fuente de poder radicada en el territorio.

Penetraron sus redes de datos más profundas, comieron los cerebros de cuatro niños no natos y vieron, a través de los ojos de un sacerdote maya, el códice más santo de todos: El viento naranja, escrito y primorosamente ilustrado íntegramente en el plano astral por generaciones y generaciones de brujos iniciados.

Supieron de Ce Acatl.

Supieron de Kalfukura.

Supieron cómo derrotarlos y arrebatarles la fuente de sus maravillas.

Esa noche lloraron abrazados y mataron a todos sus hermanos que no merecían saber lo que ahora ellos sabían.

Reordenaron el calendario europeo y abrieron una ventana de tiempo falsa, oculta a los ojos de Dios, para que Hernán Cortés desembarcara sus tropas en el Anáhuac justo en el año 1519, número 7, con una única palabra murmurada en secreto de boca a oído: serpiente emplumada.

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