Editorial Anagrama, 2010. 364 páginas.
La aparición de una novela inédita de Bolaño fue toda una sorpresa. Después del rescate de esbozos y fragmentos que hizo Ignacio Echevarría en El secreto del mal uno imaginaba que ya se había publicado todo lo publicable. Pero Bolaño tenía guardada en el cajón una novela primeriza que, conociendo mi afición, me regalaron hace poco.
Udo Berger es un joven alemán de vacaciones en la Costa Brava junto con su novia Ingeborg. Es el campeón de su país del campeonato de juegos de guerra y suele publicar en revistas del medio, hasta el punto de que se plantea profesionalizarse. Pero intiman con Charly y Hanna, otra pareja de alemanes, se harán amigos de el Lobo y el Cordero, dos españoles, y conocerán al Quemado, guardián de los patines de la playa y que tiene la cara desfigurada. El mal se irá infiltrando en el grupo, ocurrirán desgracias, y el protagonista se enfrentará con el Quemado en el juego El tercer Reich, una contienda que se irá endureciendo con el paso de los días.
Confieso que empecé la novela con prevención. Comparándolo con El secreto del mal (comparación pertinente por lo que ambas tienen de aprovechar el tirón de la fama póstuma del autor) prefiero a la última. Hay más talento y oficio en alguno de los fragmentos que en esta novela. Si Bolaño la había guardado en el cajón, por algo sería.
Pero aunque no está a la altura de sus obras posteriores, si eres bolañista no puedes dejar de leerla. Una primera obra puede tener defectos, pero se adivina al escritor que va a ser. Los juegos de guerra alrededor de los que gira la trama funcionan muy bien y supongo que no es casualidad que se juegue al Tercer Reich.
¿Por qué no la publicó el autor? Supongo que cuando se hizo famoso ya tenía otras obras de mayor calidad. Así que, como siempre, mi sentimientos son ambiguos. Reaprovechar todo el material de un autor ya fallecido me parece ligeramente carroñero. Pero gracias a esto podemos disfrutar de una nueva obra. La pena es que ahora es bastante seguro que no aparecerá nada nuevo. Hora de releer su excelente producción. (Actualización: me equivocaba, claro, se publicó otra más: Los sinsabores del verdadero policía)
Extracto:[-]
Me desnudé, cerré las persianas y embadurné mi cuerpo con crema. Estaba ardiendo.
Tirado en la cama, sin luz pero con los ojos abiertos, intenté pensar en los acontecimientos de los últimos días antes de quedarme dormido. Luego soñé que ya no tenía fiebre y que estaba con Ingeborg en esta misma habitación, en la cama, cada uno leyendo un libro, pero al mismo tiempo muy juntos, quiero decir: ambos con la certeza de que estábamos juntos aunque permaneciéramos absortos en nuestros respectivos libros, ambos sabiendo que nos queríamos. Entonces alguien rascaba la puerta y al cabo de un rato escuchábamos una voz al otro lado que decía: «Soy Florian Linden, salga pronto, su vida corre un gran peligro.» De inmediato Ingeborg soltaba su libro (el libro caía sobre la alfombra y se desencuadernaba) y clavaba los ojos en la puerta. Por mi parte apenas me movía. La verdad, me sentía tan cómodo allí, con la piel tan fresca, que pensaba que no valía la pena asustarse. «Su vida está en peligro», repetía la voz de Florian Linden, cada vez más lejana, como si hablara desde el final del pasillo. Y, en efecto, seguidamente escuchábamos el sonido del ascensor, las puertas que se abrían con un chasquido metálico y luego se cerraban llevándose a Florian Linden hacia la planta baja. «Se ha ido a la playa o al parque de atracciones», decía Ingeborg vistiéndose aprisa, «debo encontrarlo, espérame aquí, tengo que hablar con él.» Por supuesto, yo no ponía ninguna objeción. Pero al quedarme solo no podía seguir leyendo. «¿Cómo alguien puede correr peligro encerrado en esta habitación?», preguntaba en voz alta. «¿Qué pretende ese detective de pacotilla?» Cada vez más excitado me acercaba a la ventana y contemplaba la playa esperando ver a Ingeborg y Florian Linden. Atardecía y sólo el Quemado estaba allí, ordenando sus patines, bajo unas nubes rojas y una luna del color de un plato de lentejas hirviendo, vestido tan sólo con los pantalones cortos y ajeno a todo cuanto le rodeaba, es decir ajeno al mar y a la playa, al contramuro del Paseo y a las sombras de los hoteles. Por un momento me dominó el miedo; supe que allí estaba el peligro y la muerte. Desperté sudando. La fiebre había desaparecido.
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