Mondadori, 2004. 334 páginas.
Tit. or. Satan wants me. Trad. Javier Calvo.
Finales de los años sesenta. Un joven sociólogo ingresa en una secta ocultista mientras prepara un estudio sobre las conductas infantiles en los patios del colegio. La secta va ocupando cada vez más presencia en su vida hasta que tiene que separarse de su novia, ir a vivir a la sede de la misma e irá descubriendo que es especial.
La contraportada, donde se suelen acumular frases elogiosas a veces sacadas de contexto, apenas lucía un par de frases no excesivamente entusiastas. Esto debería haberme hecho sospechar. La primera parte del libro, con las andanzas del protagonista introduciéndose cada vez más en la secta, se me hicieron eternas. Como se dice en el fragmento que dejo de muestra, menudo peñazo.
La estructura en forma de diario me ha resultado increíble desde el minuto uno, y ya te imaginas que no es una narración fiable. El lenguaje me ha recordado a un Martin Amis descafeinado, y las peripecias del protagonista no me interesaban lo más mínimo.
La segunda parte, un delirio de drogas (que, una vez más, encajan mal con la decisión del autor de que todo sea un diario) y paranoia está bastante mejor y me ha resultado entretenida pero ya venía agotado de la primera parte. El clímax me parece tan cogido por los pelos por lo previsible que me ha dejado ni fu ni fa.
Algún fragmento bueno tiene pero en general es bastante tedioso. Se deja leer.
Ha seguido hablando y hablando sobre la peluquería y la gente tan maja que ha conocido allí. Menudo peñazo. Una parte de mí quería pedirle que se callara y me prestara atención para que yo pudiera hablarle de los emisarios de Satanás, del poder de Choronzon, de invocaciones rituales, de aplacar al Qlippoth y de la importancia de sacrificar vírgenes. Quería que se diera cuenta de que yo era mucho más interesante que ella. Pero cuando lo he pensado mejor he comprendido que no quería resultarle interesante. Básicamente lo único que quería era que se terminara la pérdida de tiempo que era esta velada y no volver a verla. De modo que he dejado que me siguiera aleccionando sobre todas las variantes imaginables de rulos y horquillas, los ondulados manuales, los cardados y las permanentes sin hacerle notar mi aburrimiento espectacular. Y me he fijado en el modo en que comía. Tenía buen apetito, y el movimiento de su mandíbula robusta al masticar le daba un aspecto peculiarmente bovino. Había algo un poco extraño en la blancura de su carne flácida a la luz de las velas. Sally era muy pálida, pero Maud da la impresión de haber pasado toda su infancia viviendo bajo una losa.
Por fin se ha decidido a preguntarme cosas de mí. Le ha decepcionado que fuera estudiante.
-Esperaba que fueras soldado, o deportista profesional, o algo así. O médico. Creo que los médicos son interesantes. Mi papá quería que yo fuera a estudiar a la universidad, pero yo no quise. Los estudiantes tienen todos una facha terrible. Lo siefíto… No quería ser maleducada. Tú tienes buena pinta, por lo menos llevas traje. Y aunque llevas el pelo muy largo, lo tienes bonito. Creo que una de las cosas más geniales de ser joven es que el pelo largo queda natural y en general resulta bonito. ¿Quién te corta el pelo?
—Me lo corto yo.
(Eso era mentira. Era Sally quien me lo cortaba, pero no tenía ganas de hablar de ella.)
Hemos hablado un rato sobre las casillas que habíamos rellenado en el formulario por ordenador. A Maud le gustan Gilbert and Sullivan, los valses de Strauss y cosas por el estilo. Cuando ha comentado que no solamente le gustaba la música clásica sino en general cualquier cosa con una buena melodía, e incluso con-
sideraba que algunas cosas de música pop eran bonitas, he albergado durante un instante la esperanza de que pudiéramos tener algo en común de lo que hablar. Sin embargo, cuando me ha dicho que sus artistas favoritos eran Manfred Mann, Lulu, Sandy Shaw y los Seekers, he sentido una desesperación terrible.
Por su parte, le ha decepcionado que no me gustaran los deportes. A ella le chifla el kárate. Además de la peluquería, el kára-te parece ser lo único que le interesa. Ha seguido manifestando su entusiasmo por el kárate y me ha contado que empezó a practicarlo en la escuela, luego se ha puesto a explicar los campeonatos interescolares de kárate que había ganado y yo me he llevado una sorpresa. Yo había dado por sentado que Maud era de clase baja. Me lo había parecido porque se metió a peluquera después de suspender el graduado escolar. Lo cierto es que suspendió el graduado pero toma lecciones de kárate en Roedean.
—Es difícil ser una buena karateca si eres una mujer —ha dicho—. Odio que los pechos se metan en medio todo el tiempo. Preferiría ser un hombre. Odio mi cuerpo.
—Tienes un cuerpo muy bonito —le he dicho, más por educación que por convencimiento.
Tengo la impresión de que no ha tenido muchos novios. A lo mejor no ha tenido ninguno. Tal vez los asusta con su rollo sobre golpes y patadas de kárate. Seguro que es virgen. Ha salido a colación cuando me ha comentado que creía en los valores tradicionales. Me ha preguntado dónde vivo. Le he dicho que estaba viviendo en una comunidad esotérica (le he tenido que explicar lo que quería decir «esotérica»), pero que solamente vivía allí para poder estudiar el tema de cerca. He intentado explicarlo con despreocupación, casi como si fuera una cosa muy aburrida que me tocaba hacer. No hacía falta que me esforzara mucho, porque era evidente que le parecía muy aburrido. No sé qué ha farfullado acerca de que siempre mira la página de los horóscopos que hay al final de una revista llamada Honey, pero era evidente que no sentía ningún interés por el ocultismo. Le ha decepcionado que mi ejemplar de Magia: teoría y práctica no tuviera fórmulas para hacer conjuros.
Creo que no hay nada más de interés que decir sobre Maud. Ha sido asombrosamente imprecisa al hablar de su familia. Su «papá» es una especie de profesor. Su «mamá» ha estado enferma
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