Rivka Galchen. Pequeñas labores.

julio 17, 2023

Rivka Galchen, Pequeñas labores
Tránsito, 2023. 174 páginas.
Tit.or. Little labors. Trad. Inga Pellisa.

Recopilación de artículos que van desde el pensamiento breve o anotación fugaz hasta la reflexión más pausada, girando todo alrededor del hecho de tener (cuidar) a una hija y hacerlo compatible con su labor profesional de escritora.

Nos puede contar el día a día y la afición del puma (como llama cariñosamente al bebé) por el desorden, o hacer una lista de cuantas mujeres escritoras de éxito han tenido hijos. Contarnos cómo tener un bebé cambia la mirada de la sociedad hacia la mujer, haciéndola, por ejemplo, invisible a hombres entre 20 y 40, o hablarnos del Libro de la almohada, de la dama de la corte Shônagon.

Si muchas veces me he quejado de libros parecidos a éste calificándolos de prosa de facebook, esto es, las cosas insustanciales que me pasan a mí le pueden interesar a los demás (y siempre es que no), en esta ocasión la cosa es diferente. Aquí las reflexiones son interesantes, pertinentes y la calidad de escritura muy alta.

Recomendable.

Los efectos de la puma en los demás, tres
Paseando con la puma, sobre todo cuando era muy pequeña, descubrí que los chicos negros que ensayan en el local de batería del edificio me bendecían y saludaban a la bebé, y que los hombres que trabajaban en el restaurante paquistaní de la esquina hablaban con la bebé y conmigo, y que los hombres yemenís del súper no olvidaban nunca preguntar por ella, y en la cola de inmigración, cuando aterricé en la India, un hombre nos escoltó a la bebé y a mí hasta la cola de diplomáticos, y me dijo: Así tratamos a una madre en la India, y en una estación de tren extranjera, un hombre etíope se desvió cinco minutos de su camino para acompañarnos a la bebé y a mí al andén correcto cuando le pedí indicaciones, y en el metro, los obreros de la construcción a los que la bebé, para llamar su atención, lanzaba los brazos y daba palmaditas en los hombros, también jugaban con ella, y prácticamente todas las mujeres, en todas partes, le
sonreían. Había solo un grupo, muy demografiable, para el que la bebé —y yo misma con la bebé— pasábamos a ser invisibles de golpe, y era el grupo con el que yo me siento especialmente cómoda, el de hombres blancos, tirando a jóvenes, con cultura y un buen trabajo. No hay nada intrínsecamente loable, o deplorable, en el hecho de que a uno le gusten, o no le gusten, los bebés, o las mujeres con bebés: es lo que hay. Y topé con excepciones, en todas las categorías. Pero cuando te cruzas, sin bebé, con cientos de personas al día durante años, y luego te cruzas, con bebé, con cientos de personas al día durante meses y meses, tienes la sensación de haber resbalado a otro estrato, de que te has vuelto precambriana, o para ser más exactos, tal vez, de que estás contribuyendo de algún modo al próximo estrato geológico (o ambas cosas a la vez), y empiezas a preguntarte qué fue lo que conformó cada capa geológica, y qué era realmente esa capa geológica en la que estabas antes, y qué es la capa geológica en la que estás ahora, y cómo podía ser que cada una de esas capas, cuando estabas en ella, pareciera serlo todo. ¿Se estrelló un meteorito, el clima cambió bruscamente, entró en erupción una serie de volcanes? Decido que la bebé es como una pequeña catástrofe climática o, con suerte, la redención, y que todas las personas que albergan la menor esperanza de que un cambio mejore su vida en la tierra se sienten de la misma manera ante la regia catástro-fe/redención infantil, en contraposición con ese otro grupo que, más o menos, solo puede ir hacia abajo, aunque sea de modo inconsciente, pues incluso si quieren, conscientemente, verse desplazados hacia abajo, al mismo tiempo no
quieren verse desplazados hacia abajo; de ahí que topar con la realeza infantil suponga irremediable y fastidiosamente el fin de su reinado, por mísero o real que sea, y que se limiten a obviar la posibilidad.

Yo nunca
Yo nunca había sentido especial interés por los bebés. Cuando me enteraba de la muerte de algún bebé, una parte de mí pensaba: ¡Al menos no era un niño! A un niño hay personas que lo conocen, y conoce a otras personas; ¿había realmente tanta diferencia entre la pérdida de un bebé y la pérdida de un posible bebé que tenía lugar cada mes? Una vez, en un campamento de verano de primaria, a los jóvenes campistas nos llevaron a calcar lápidas. Una amiga mía calcó varias de bebés, con la fecha de nacimiento y la de defunción a veces en el mismo mes. Luego había escrito unos poemas a lo Blake, tristes y breves, sobre ellos. A mí me pareció que era una niña rara y melodramática. Ya no pienso igual.

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