Pengui Random House Mondadori, 2014. 490 páginas.
Incluye los siguientes relatos:
WeKids, Laura Gallego
Al garete, Emilio Bueso
2084. Después de la Revolución, Elia Barceló
Instrucciones para cambiar el mundo, Félix J. Palma
El error, Rosa Montero
Limpieza de sangre, Juan Miguel Aguilera
Camp Century, Marc Pastor
En el ático, Rodolfo Martínez
La Inteligencia Definitiva, José María Merino
Gracia, Susana Vallejo
Colapso, Juan Jacinto Muñoz Rengel
Los centinelas del tiempo, Javier Negrete
Centrados en diferentes distopías futuristas. Es una compilación muy irregular; la mitad de los relatos son bastante flojos, hasta el punto que el de Rosa Montero, que empecé a leer con prejuicios, me resultó bueno. Por suerte hay excepciones que compensan y salvan la compilación. Los mejores el de Aguilera (auge de los estados islámicos por una plaga internacional) y Negrete (terrorífico futuro donde los policías de lo políticamente correcto están al mando).
Algunos progenitores venían en coche a buscar a las personas estudiantes, pero Pablo vivía cerca y siempre regresaba andando. De camino a su domicilio, observó cómo algún alumnado de segundo se dedicaba a la típica travesura: acercarse a las personas adultas con las que se cruzaban para obligarlas a apartarse, ya que en cuanto se encontraran a menos de dos metros de l@s menores podían meterse en un lío. Pablo había visto a ese alumnado gastar ía broma incluso a las personas mayores que se sentaban en los bancos para tomar el sol.
Después pasó por delante del antiguo cine, que todavía conservaba los carteles descoloridos de las últimas películas. Bajo la marquesina, una persona masculina pedía dinero. Salvo alguna que otra persona masculina, nadie se acercaba a él, porque de su cuello colgaba un cartel que indicaba: «Maltratador de Género». Por si el letrero no bastara, el móvil de Pablo empezó a zumbar y en la pantalla apareció un globo de mensaje:
Te encuentras a 12,34 [la cifra iba cambiando conforme Pablo se movía] metros de un Maltratador de Género.
Eso significaba que aquella persona masculina llevaba insertada en la muñeca una de esas pulseras emisoras que advertían al resto de la ciudadanía.
no habló en ningún momento de él ni del papel que había desempeñado la biblioteca en aquella historia que a Arantxa se le antojaba tan sórdida («¡Una persona infantil escribiendo relatos con actos de violencia!»).
—La culpa ha sido mía —dijo Luisa—. Al ver que era un… una persona alumna aventajada, decidí que podía mejorar su rendimiento prestándole libros míos.
—Sabes que eso no se debe hacer —la recriminó Arantxa—. Las personas menores y en formación únicamente deben leer y consultar libros específicamente diseñados para ellas por equipos multidisciplinares de personas expertas en psicosociopedagogía juvenil y en igualdad y no discriminación.
Después de aquella retahila, Arantxa hizo una pausa para respirar. Luisa la miró rechinando los dientes. En los últimos tiempos, cuando escuchaba esa jerga que la técnica de Igualdad empleaba con la velocidad de una locución automática, sentía cada vez más deseos de ponerse a gritar y a pronunciar palabrotas y términos escatológicos como una endemoniada de tiempos bíblicos.
Reprimiéndose, se limitó a contestar en tono neutro:
—Lo hice bajo mi responsabilidad.
—Querrás decir bajo tu z-rresponsabilidad.
—No eres quién para juzgar mi trabajo.
—Pero sí tu impacto negativo sobre la igualdad.
—¿Qué tiene que ver esto con la igualdad?
—Todo tiene que ver con la igualdad —respondió Arantxa con su sonrisa de caimán.
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