La línea del horizonte, 2016. 158 páginas.
Trad. Salvador Sediles y Carlos Muñoz Gutiérrez.
Reflexiones acerca de la naturaleza del pensador Emerson, llamado en la contraportada del libro el Virgilio norteamericano. Exageradamente, en mi humilde opinión. Más de acuerdo estoy con las frases del prólogo que afirman que no es un pensador que supere a sus fuentes ni un poeta que supere a sus contemporáneos.
Porque el libro, pese a su brevedad, se me hizo larguísimo. Nada de lo que decía el autor me resonaba o iluminaba nada dentro de mí. Una falta de sintonía con el texto que hace que cualquier cosa que diga vaya en menoscabo del autor, seguramente sin justificación.
A mí no me ha gustado, pero si el autor es un clásico por algo será.
II. BELLEZA
La naturaleza provee el más noble anhelo del hombre, es decir, el amor a la belleza.
Los antiguos griegos denominaron a la belleza con la palabra xocr[¿o<;22. Debido a la constitución de todas las cosas, o al poder artístico del ojo humano, las formas primordiales como el firmamento, la montaña, el árbol, o el animal, nos proporcionan deleite en y por símismas: un deleite que emana del entorno, el color, el movimiento y el agrupamiento. Parece que se debe en parte al ojo mismo, que es el mejor artista.
Por la acción mutua de su estructura y las leyes de la luz, se produce la perspectiva, que integra el conjunto de los objetos, cualquiera que sea su carácter, en un globo bien coloreado y sombreado, de modo que aunque los objetos particulares sean mezquinos y desafectos, el paisaje que conforman es redondo y simétrico. Así como el ojo es el mejor compositor, así la luz es lo primordial entre los pintores. No existe objeto feo que la luz intensa no haga hermoso. El estímulo que proporciona a los sentidos y una especie de infinitud que hay en ella, como el espacio y el tiempo, alegra a la materia. Hasta un cadáver tiene su belleza particular.
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