Número del tercer trimestre de 2011. Tenía ganas de leerlo por el texto de Lluïsa Cunillé, autora a la que me voy aficionando. El tiempo es la obra que incluyen, dos personajes en una empresa, la nueva jefa y un empleado que se irán conociendo en un despacho apartado. No hay ni inicio ni desenlace, rodajas de tiempo con las que construir lo que ha sido, lo que pudo ser y lo que no será.
Mención aparte los textos sobre el Max de honor a José Monleón, toda una referencia en el mundo teatral, persona admirable de una labor titánica. Les dejo en los extractos el artículo de Juan Mayorga.
Calificación: Muy bueno.
Extracto:
UNA PEQUEÑA DEVOLUCIÓN
Juan Mayorga
Ofreciéndole el Max de Honor, las gentes del teatro español hacemos a José Monleón una pequeña devolución de lo mucho que hemos recibido de él. Por decirlo brevemente, nuestro teatro sería más pobre si Monleón no lo hubiese acompañado como lo ha hecho desde hace tantos años. Aunque su nombre acaso resulte desconocido a la mayoría de los espectadores, Monleón ha contribuido como pocos a que lo que reciben de nuestros escenarios esos espectadores tenga una densidad intelectual y moral.
Como crítico, como editor, como director de la revista Primer Acto, como creador del Instituto de Teatro del Mediterráneo y del Festival Madrid Sur, como insistente agitador, Monleón no ha dejado de pelear para que nuestro teatro sea más culto, más reflexivo, más memorioso. Nos ha presentado a creadores cuya influencia ha sido luego determinante y ha dado visibilidad a creaciones en cuyo valor casi nadie reparaba; ha custodiado la memoria de obras y autores sin cuyo conocimiento no podríamos entender de dónde venimos ni quiénes somos; ha sido mediador de fértiles alianzas artísticas; ha despertado vocaciones y sostenido otras que se tambaleaban; ha abierto debates decisivos sobre el sentido y las tareas del teatro.
Impresionan los medios que ha entregado a las gentes de la escena un hombre que por su cultura, su inteligencia y su capacidad de liderazgo podría haber tenido éxito en empresas más lucrativas o relumbrantes. Se nos ocurren muchas vidas triunfantes que Monleón podría haber vivido,
pero él quiso entregar la suya al viejo, pequeño, frágil arte teatral.
Creo que esa opción -esa misión libremente elegida-, de la que tantos nos hemos beneficiado, parte del descubrimiento del teatro como el arte más fuerte para construir ciudad. Monleón encontró en el teatro un medio extraordinariamente directo y eficaz para poner a la ciudad ante sí misma y ante sus posibilidades; para examinar lo que hay y para imaginar lo que podría haber.
Esa comprensión del teatro como arte para la crítica y para la utopía hace que Monleón, que espera mucho de él, también le exija mucho. Respetuoso con todos, Monleón nunca ha sido neutral. Él ama y cuida un teatro que no se conforma con entretener sino que aspira a crear una experiencia reveladora; un teatro de poetas que, nutrido de memoria e imaginación, vigila al poderoso; un teatro rebelde, desobediente. Ése fue el teatro que defendió, con riesgo personal, durante los tristes años de la dictadura, y el que ha seguido sosteniendo después de ella. Por eso, finalmente no sólo están en deuda con Pepe quienes hacen teatro o quienes lo disfrutan, sino también personas que nunca pisan un teatro pero que, sin saberlo, deben a un teatro comprometido con el hombre y su misterio el vivir en un mundo más habitable.
Ojalá este Max de Honor valga para que algunas de esas gentes conozcan el nombre de José Monleón. A nosotros nos sirve para honrar al compañero y al amigo y para desearle muchos días de felicidad y muchas noches de buen teatro
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