Fundación de los ferrocarriles españoles, 2006. 144 páginas.
Suelo comentar por aquí muchos libros difíciles de encontrar y este supongo que será uno de ellos. Lo tengo porque me lo regaló un amigo que trabaja en la renfe, pero no creo que esté a la venta por ahí. Lo suponía una edición de un premio de baja categoría que tratase sobre ferrocarriles, pero parece ser heredero de los premios Camilo José Cela y Antonio Machado, aunque los temas sí que giran alrededor del tren.
En cualquier caso los participantes tienen nivel y el libro se leee con placer. El primer premio La biblioteca férrea, sobre como los libros que recoge un padre revisor van conformando la biblioteca y enseñanzas de su hijo, es correcto sin ser deslumbrante. El segundo premio, El concierto o tribulaciones de un tren hacia La Habana trata de un accidentado viaje en el que los pasajeros se van enfadando por los sucesivos cambios de locomotora -a cual peor- hasta llegar casi al punto del motín. El final es sencillo pero emotivo y muy eficaz. También es un homenaje a la autopista hacia el sur de Cortázar.
El rigor de las desdichas, con un Cervantes redivivo, resulta muy simpático.
El resto no desmerece y aquí está la lista:
La biblioteca férrea de José Fernández de la Sota
El concierto o tribulaciones de un tren hacia La Habana Leonel Pérez Pérez
El rigor de las desdichas Rubén Caba
Donde los trenes se desbocan Laura Blanca Cotón
Cuentos del tren Iciar Masip Orcajada
El jefe de estación Hernán Migoya
«Antonio Machado «de Poesía
La tierra que persigue Javier Lorenzo Candel
Recorrido interior Lorenzo Olivan
La insomne Jesús Aguado
Los trenes náufragos Luis Bagué Quílez
Estrofas del tren Martín López-Vega
Muslo de miel, alma de piel Julián Montesinos Ruiz
La sección de poesía la miré por encima y no me atreví. En general, una sorpresa agradable.
Extracto:[-]
Al entrar en la antiquísima y siempre atiborrada estación tunera me dirigí a la ventanilla en cuyo cristal se leía «información» a fin de hacer lo propio con relación al tren que nos correspondía y que si mal no recuerdo era el número 14 con origen en Santiago de Cuba y destino en La Habana. La muchacha que ocupaba su asiento del lado de allá del cristal interrumpió la faena que con mucho esmero realizaba en ese momento, limarse sus bien cuidadas y a punto de pintarse uñas, para decirme sonriente, como si lo disfrutara, que no me preocupara que la cosa no estaba tan mal después de todo, que el tren número 14 llegaría con sólo tres horas de retraso a Las Tunas, porque la locomotora había salido «con problemas» de Santiago y en Cacocum tuvieron que cambiarla. ¡Atiza, qué comienzo! Cuando regresé a donde había dejado a mi mujer, la maga, con los bultos y le comuniqué la no muy buena nueva estuvo a punto de que le diera una alferecía del berrinche que armó. Eran las 9 de la noche y el viaje estaba aún lejos de comenzar. Como en la estación no había el menor sitio donde pudiéramos sentarnos y tampoco tenía departamento de equipajes era verdaderamente incómodo irse al cine o a pasear a cualquier parte, donde pudiésemos matar las cinco horas que nos separaban de la llegada del tren, cargando con mi guitarra en su estuche, dos maletines medianos, dos mochilas repletas y una bolsa de plástico con agua y algunas cosas de comer porque en nuestros trenes estos productos gustan de brillar pero por su ausencia, y en condiciones de normalidad el viaje desde Las Tunas hasta La Habana debe durar doce horas. Optamos por dirigirnos al pequeño parque situado muy cerca de la estación. Este parque lo recordábamos perfectamente con sus bancos largos y duros, sus senderos poblados de arbustos y su despoblada cafetería interior, pues en ese mismo sitio la maga y yo nos habíamos despedido por primera vez hacía algunos años. Creo que fue un poco patético, porque mientras ella estaba de lo más triste y apesadumbrada por nuestra primera e inminente lejanía, yo, que en realidad estaba más triste y apesadumbrado que ella, por alguna razón que desconozco, tal vez los nervios o la ansiedad, sentí una voracidad tal que me espanté unos seis panes con tomate en tiempo record. ¡Dios mío, qué vergüenza, la maga llorando y yo moliendo! Creo que desde entonces mi mujer, la maga, odia los panes con tomate, pero en fin ésa es otra historia.
En la primera hora que permanecimos en espera de que apareciera el susodicho tren número 14 se nos acercaron, entre otros, una vieja que vendía toda clase de vasijas plásticas y de aluminio y un mulato con aire misterioso que durante un buen rato pretendió convencernos de que los perfumes que nos mostraba, envasados en unos flacu-chos pomitos que parecían tubos de ensayo en miniatura, tenían propiedades mágicas y si le comprábamos algunos, nuestra felicidad sería eterna; ése se jodio ahí mismo porque nuestra felicidad iba a ser eterna de todas maneras sin necesidad de sus perfumes, así que no le compramos nada. También se nos acercó una negra enorme vestida con un batilongo blanco, un pañuelo con floripondios en la cabeza, un megatabaco en la mano izquierda y un mazo de cartas en la derecha y se ofreció a echarnos la buenaventura sólo por tres dólares.
2 comentarios
¡Síiiii! ¡Gracias! Esta tarde en el tren comencé a escuchar el «canal» 3 del audio del Alicante-Madrid-Santander cuando el relato «El concierto o tribulaciones de un tren hacia La Habana» estaba a medias. Menos mal que fui apuntando fragmentos en las notas de mi movil y he podido encontrarlo, porque me ha encantado y me angustiaba no poder volverlo a escuchar nunca por no saber su título
¡Muchas gracias!
Pues de nada. Me alegro haber sido de utilidad. La verdad es que ese cuento está genial.