Icaria, 2007. 348 páginas.
Tit. or. Simion liftnicul. Trad. Francisco Javier Marina Bravo.
Radiografía de un bloque de pisos, con sus historias y sus miserias. El ascensor no funciona, pero no por motivos técnicos, sino porque uno de los vecinos, Simion, ha decidido quedarse a vivir allí como moderno estagirita.
Me costó mucho llegar a la mitad del libro. En teoría es comedia, pero yo no le veía la gracia, y creo que no hay nada peor que leer algo cuyo humor no entiendes o no va contigo. A partir de la mitad del libro se anima un poco, sobre todo en la parte final, pero no tanto como para recomendarlo. Ni siquiera el retrato de esa sociedad postcomunista ha bastado para mantener el interés.
No me ha gustado. Aquí la única reseña que he encontrado por ahí: Un santo en el ascensor.
Al final, el ángel desapareció y no volvió a recoger los zapatos remendados. Simion los colocó en una balda situada justo enfrente del banco donde trabajaba. Cuando lo asaltaba alguna pregunta más complicada sobre los problemas de la vida hablaba con ellos, como si supieran la respuesta que habría dado su dueño. Eso sí, no se dirigía a ellos directamente, sino mediante alusiones y mirándolos sólo con el rabillo del ojo, convencido de que en secreto el ángel ya se calzaba con ellos, aunque aparentemente no hubieran abandonado su lugar en el estante, pues cada mañana se los encontraba cubiertos de polvo y con los tacones algo rozados.
—A veces me pregunto —decía Simion en voz alta, mientras los frotaba con un paño humedecido con sebo de ganso para conservar la piel suave y aterciopelada— por qué la gente se trata de usted y a Dios lo tutean.
—Es que a los que tratas de usted son extraños, mientras que Dios es cercano, una especie de hermano mayor —se respondía él mismo, consciente de que era el ángel quien le transmitía dichas palabras por alguna vía invisible.
Las personas han dejado de creer en Dios y en Sus milagros con tantas fórmulas físicas. Creen erróneamente que existe la Física y las fórmulas. Un icono que derrama lágrimas no significa nada para un activista político, ni siquiera obra el milagro de cambiar su incredulidad atea, por mucho que un icono de este tipo represente en sí mismo un milagro divino. El activista habría deseado de él algo completamente distinto: por ejemplo, que aumentara la producción de maíz por hectárea. Es lo que pasa cuando sólo consideramos milagro aquello que nos gustaría que ocurriese. Sin embargo, por lo general los milagros tienen una faceta de lo más insólita y banal, como cuando tiras un hueso de cereza por el balcón y allá donde se posa empieza a crecer un árbol. En las Sagradas Escrituras se dice que, en la antigüedad, el Espíritu Santo descendía a la tierra en ocasiones encarnado en una paloma, y nosotros querríamos que hiciera lo mismo de nuevo. Pero es que desde entonces han cambiado muchas cosas, de modo que hoy en día puede aparecerse perfectamente en un artículo de revista con determinadas ideas; Simion había descubierto que a menudo las respuestas del ángel se presentaban de este modo, aunque de cuando en cuando se preguntaba si todo esto no sería producto de su mente.
A veces pensaba:
—¿Cómo es posible que estos zapatos sean los de un ángel?
Y él mismo se contestaba:
—De la misma manera que el fuego se esconde en la cabeza de un fósforo lo hace el ángel dentro de mí. Así como la llama consume la madera para desprender luz y calor, la vida abrasa el cuerpo a fin de que germinen alma y espíritu. Mi alma no me pertenece por completo, al igual que mis pensamientos no son sólo míos, pues de ser el caso no tendría ni pensamientos ni alma. Es como si al mirarme al espejo creyera verme a mí mismo, cuando en realidad lo que veo es el espejo —con sus propiedades ligeramente alteradas por mi presencia—. Lo que sería el cristal del espejo sin mí soy yo sin el ángel. Igual algún día tendré que devolver con intereses todo lo que he recibido. ¡Entonces me prenderé y daré luz!
Ciertas ideas le visitaban cuando estaba estreñido. Esta insignificante complicación digestiva podía tener secuelas de lo más desagradables no sólo en lo meramente fisiológico, sino también en el plano intelectual. En el caso de Simion, sin ir más lejos, se manifestaban con frecuencia en forma de hipótesis excesivamente arriesgadas. ¿Acaso las quinielas no son también una especie de profecías? ¿O los afortunados en la lotería una nueva estirpe de profetas?
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